“Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.”
Epístola de Santiago 2:26
Para hablar de la muerte es necesario saber de qué tipo de “muerte” estamos hablando.
La primera de ella y en torno a la que gira la vida de todo ser humano es indiscutiblemente la muerte del cuerpo físico y el segundo es claramente aquel al que se refiere Jesús de Nazareth cuando le dice a un pretenso seguidor “Dejad que los muertos entierren a sus muertos” (Lucas 9:60)
En el primero de los casos, es evidente que es muy natural que todo ser humano, le tema a la muerte, pues al final de las cuentas es el fin de todo lo que conoce y bien a bien, no sabe que pasa después de ella y con base en una serie de creencias de la más diversa índole, se forja ideas sobre una “vida después de la muerte”, que según las ideas más ancestrales y sin entrar a detalle, tienen visos de objetividad que demuestran que si existe, (aunque no en forma de cielo, purgatorio o infierno, que son expresiones de un lenguaje simbólico para referir a los distintos niveles de conciencia en que se encuentra el hombre) al tratarse la esencia o espíritu de la manifestación del Absoluto, Dios, Creador o como quiera llamársele y que ocupa para su crecimiento y evolución, al cuerpo físico del Homo Sapiens Sapiens como la “digna casa de un espíritu”.
La muerte del cuerpo físico es un fenómeno de corte netamente biológico y se define como el efecto terminal que resulta de la extinción del proceso homeostático en un ser vivo; y con ello el fin de la vida. (La homeostasis (del griego ὅμοιος [homoios], “igual, similar” y στάσις [stásis], “estado, estabilidad”) es una propiedad de los organismos que consiste en su capacidad de mantener una condición interna estable compensando los cambios en su entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior (metabolismo). Se trata de una forma de equilibrio dinámico que se hace posible gracias a una red de sistemas de control realimentados que constituyen los mecanismos de autorregulación de los seres vivos. Ejemplos de homeostasis son la regulación de la temperatura y el balance entre acidez y alcalinidad (pH).)
Desde este momento vemos pues que la vida, es un proceso de transformación de la materia y la energía, algo que queda claramente explicado en el Cuarto Camino, con la canalización hidrogena.
Por otro lado, la muerte de la que habla Jesús, se refiere al estado de “muerte espiritual” en que se encuentran los hombres en relación a su nivel de conciencia, es decir, a los “dormidos” o “muertos” que en términos del conocimiento que nos brinda el Cuarto Camino, se conocen como “hombres mecánicos” u “hombres que se mueven en la mecanicidad”.
De tal suerte que solo los hombres conscientes, son los realmente “vivos”, ya que han llegado a conocer su verdadera naturaleza y origen. En este sentido, resulta revelador lo escrito en los dichos 3, 4, 9 y 10, del conocido como “Evangelio de Felipe” (Uno de los que componen los conocidos como Textos de Nag Hammadi o Evangelios Gnósticos), veamos:
“3. Los que heredan de los muertos están muertos ellos mismos y son herederos de quienes están muertos. Los que heredan de quien está vivo viven ellos mismos y son herederos de quien está vivo y de quienes están muertos. Los muertos no heredan de nadie, pues ¿cómo va a heredar el que está muerto? Si el muerto hereda de quien está vivo, no morirá, sino que vivirá con tanto mayor motivo.”
“4. Un hombre pagano no muere, pues realmente no ha vivido nunca, para que luego (pueda) morir. El que ha llegado a tener fe en la verdad, ha encontrado la vida y corre peligro de morir, pues se mantiene vivo.”
“9. Cristo vino para rescatar a algunos, para salvar a otros y redimir a otros. Él rescató a los foráneos y los hizo suyos. Él segregó a los suyos, pignorándolos según su voluntad. No sólo al manifestarse se desprendió del alma cuando le plugo, sino que desde el día mismo en que el mundo tuvo su origen, la mantuvo depuesta. Cuando quiso vino a recuperarla, ya que ésta había sido (previamente) pignorada: había caído en manos de ladrones y había sido hecha prisionera. Pero Él la liberó, rescatando a los buenos que había en el mundo y (también) a los malos.”
“10. La luz y las tinieblas, la vida y la muerte, los de la derecha y los de la izquierda son hermanos entre sí, siendo imposible separar a unos de otros. Por ello ni los buenos son buenos, ni los malos malos, ni la vida es vida, ni la muerte muerte. Así que cada uno vendrá a disolverse en su propio origen desde el principio; pero los que están -por encima del mundo son indisolubles y eternos.”
En este sentido, resulta claro entonces que la muerte es una transformación. Un poco más radical que la pubertad, pero que no debe angustiarnos demasiado. Hemos sido inmortales desde siempre, desde antes de nacer y lo seremos mucho después de que nuestro cuerpo se degrade. La muerte no es triste, lo triste es que muchos seres humanos nunca llegan a vivir, a vivir verdaderamente.
Todo ello se debe principalmente a que viven con miedo, el temor junto con el egoísmo, son los motores de todos sus actos, fuente de sus deseos y emociones. No saben aprovecharse de los “golpes” que les asesta la vida, la perciben como algo “ofensivo”, algo que siempre está al acecho para “hacer daño”, viviendo como siempre en sus muy particulares, individuales, ridículas y porque no decirlo, nocivas creencias.
Se niegan a ver la vida como lo que realmente es, una serie de eventos benévolos o adversos, sobre los cuales no se tiene ningún control, es decir, carecen de una visión y un conocimiento objetivo de la vida, porque nunca se han tomado la molestia de observarse a sí mismos de ver la vida como lo que es y no como quisieran que fuera, de ahí precisamente que tampoco puedan ver a la muerte como lo que realmente es, como una transformación, ya que si la vida, desde el punto de vista biológico es un proceso de transformación, la muerte por ende, debe ser también una transformación.
Por ello, cada quien le otorga distintos calificativos a la muerte, desde algo “muy triste, “trágico” e incluso hay quienes la llegan a considerar como un “descanso”, lo que lleva a la inevitable y lógica idea de que la vida es por tanto, un proceso de “fatigoso y tortuoso trabajo” en el que solo se vino a “sufrir”, el famoso “valle de lágrimas” de la vida y del cual solo es posible “descansar” muriendo, una vida en la que solo se vive con un desasosiego permanente, sin paz interior.
Una paradoja en la que la “paz” se obtiene muriendo, después de una vida en la que se vive “sufriendo”.
¿De ahí que muchos repitan de forma mecánica cuando alguien muere, “descanse en paz? ¿O sea que la paz no es algo que se pueda obtener estando en vida?
Nada más estúpido, absurdo y equivocado que estas ideas. Los seres humanos deberían ser capaces de comprender que los “golpes” de la vida, solo tienen una función objetiva: hacerlos despertar del letargo en el que viven y hacerlos mirar hacia el único lugar que puede otorgarles respuestas objetivas y contundentes a sus preguntas, hacia su propio interior, obligándoles, quieran o no quieran, a conocerse a sí mismos, ver las cosas con claridad, para discernir sobre el verdadero significado de sus vidas, que no puede ser otro que el crecer interiormente y evolucionar hacia estadios superiores de conciencia, para ahora si VIVIR, vivir para crecer, con paz interior y ser felices, no un segundo, no un minuto, no una hora, no un día, no una semana, no un mes, no un año, sino TODA, si TODA SU VIDA, ya que solo así tendrá significado la vida de un ser humano y curiosamente, solo hace adquirirá significado su muerte, ya que solo puede “morir”, o sea transformarse, quien ha estado VIVO.
Solo comportándonos como verdaderos guerreros de la conciencia, librando batallas interiores, se consigue la anhelada paz, solo consiguiendo la paz se logra ser feliz todo el tiempo, solo siendo feliz siempre y en presente se logra amar, solo amando se logra estar en el Camino que nos permitirá SER, solo siendo se logra EXISTIR y solo existiendo se logra estar VIVO y por tanto nunca podrá morir, sólo se transformará.
Es ahí cuando se comprende a plenitud y lo hago mío, lo dicho por Jesús:
“YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.”
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