Quedando claro pues la existencia del movimiento perpetuo en los cosmos y por tanto en cada SER que habite dichos cosmos, existirá la posibilidad de un movimiento ascendente de una escala a otra, siendo la relación entre cada uno de ellos de cero a infinito, ya que debido al movimiento inicial que generó el Absoluto al crear el Universo, su propio movimiento ascendente que es perpetuo, tiene que dejar tras de sí por fuerza, una octava vacante que deberá ser ocupada por el inmediatamente inferior a él y así sucesivamente, enlazándose así de forma maravillosa la idea de la Superioridad de Sí, pues siempre habrá un lugar vacante que ocupar, siempre habrá una octava superior factible de ser ocupada, a la que deberemos aspirar y por tanto ascender, puesto que si el Absoluto se encuentra en permanente evolución, nosotros y los que se encuentren en octavas inferiores o superiores a nosotros, también lo estarán, por tanto LA EVOLUCIÓN ES UN MOVIMIENTO PERPETUO, y es por ello que nunca podremos alcanzar al Absoluto y en consecuencia jamás nos veremos topados o dicho de otra forma limitados.
El Universo visto desde esta perspectiva, es una escala vertical invisible de valores ascendentes y descendentes, ya que de no ser así carecería de significado alguno y debe comprenderse pues, como una serie de etapas, de niveles, de grados, que se extiende verticalmente desde lo más alto hasta lo más bajo y todo está situado en cierto punto del Universo y es aquí donde se constata la Ley de Siete, en cada etapa debe cumplirse con ella, cada nota de cada octava debe ser llenada plenamente, lo que no podría comprenderse de no aplicar para su comprensión el principio de relatividad, es decir, que el hombre comprenderá de acuerdo con la posición en la que se encuentre en esa escala o como bien dijo Ouspensky: “El hombre es su comprensión”, debiéndose entender esto también con el principio de simultaneidad, ambos necesarios para su completa comprensión.
Así pues, para realizar el razonamiento que nos ocupa, es preciso antes que nada partir de nosotros mismos y de nuestra posición en el universo y comprendiendo ésta, sabremos que como es arriba es abajo, pero todo será relativo a nuestra posición como observadores en relación con lo observado y aunque cambiemos de ángulo de observación nos percataremos que las leyes que gobiernan el Universo, son las mismas siempre, siempre existirán la Ley de Tres y la Ley de Siete, como engranajes perpetuos y perfectos de la maquinaria de la evolución.
Esta comprensión cuando llega, es inexpresable en palabras, solo comparable y haciendo un acercamiento a lo que se percibe, es un estado liberador impresionante, un estado de no identificación bellísimo, pues no importara donde nos encontremos en esa interminable escala, siempre estaremos de paso, de visita y siempre aprenderemos de esos nuevos sitios, la forma particular en que las leyes del universo se manifiestan en distintas calidades vibratorias.
Es particularmente bello comprender esto, pues sin importar el lugar de la escala que ocupemos, nuestro sentido de vida, siempre será el de la evolución pues al final de las cuentas, todo destino, tiene que ver con uno mismo y su posible evolución.
Visto desde este punto, el universo en cada escala y en cada grado está evolucionando, estamos en un universo viviente en lo que todo lo que existe en él se encuentra en perpetua evolución.
Además toda esta idea, puede ser ligada perfectamente a la respiración, veamos, si el tiempo es respiración, cada respiración será un ciclo, será movimiento y esto será para cada Ser o ente animado de cada cosmos, movimiento que siendo tiempo será la cuarta dimensión para éstos, ya que para sí mismos siempre serán tridimensionales cumpliéndose a su vez la Ley de Siete y la Ley de Tres y que de acuerdo con el principio de relatividad, la respiración y el movimiento serán directamente proporcionales a la frecuencia vibratoria de cada uno, de acuerdo en la nota en que se encuentren en la octava correspondiente, cuya relación entre nota y nota, como entre cosmos y cosmos, será de cero a infinito, debiéndose llenar la nota que les corresponda plenamente antes de pasar a la siguiente nota y la frecuencia vibratoria tendrá entonces una relación directamente proporcional a la nota de la octava en que se encuentre, por tanto y habiendo concluido anteriormente que la evolución es un movimiento perpetuo, la respiración de cada ser o ente animado en el universo será evolución en relación consigo mismo y en relación al cosmos en que se encuentre, sin dejar de lado que la respiración vista desde el punto de vista de la alimentación del ser, dependerá también de la frecuencia vibratoria que este dimane, por lo tanto dependerá de lo que constituye el alimento de cada Ser o ente animado en el Universo y de la cantidad de sustancias cada más finas que aproveche, de acuerdo con el Diagrama de todas las cosas vivientes.
En palabras coloquiales, es la carrera eterna del burro y la zanahoria.
Por otro lado, ligando toda esta idea con el Rayo de Creación, encontramos que todo el universo se encuentra perfectamente estratificado en función de las diversas frecuencias vibratorias de todo aquello que se encuentra en él, en el que el primer plano encontramos al Absoluto (Dios no manifiesto), el siguiente es el de Todos los Mundos (Dios manifiesto) y así sucesivamente, del primero al segundo existe un semitono que es roto por la voluntad del Absoluto al momento de crear el universo, fuerza originaria que es la que mantiene en tensión permanente al mismo y que nadie en realidad se ha preocupado en saber en que consiste o cual es su naturaleza, pero partiendo desde uno mismo, se puede decir que una de las consecuencias lógicas de la evolución es llegar al estado de amor consciente y siendo el amor la fuerza que lo conserva y lo mantiene todo en el universo, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que la voluntad con la que el Absoluto lleva a cabo la creación es nada más ni nada menos que el amor, por tanto, la creación como tal es un acto de amor del absoluto, lo que nos otorga una visión grandiosa del universo en el que habitamos, pues sería tanto como constatar que el amor es y debe ser una constante, lo que tanto predicó Jesús de Nazareth.
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