José era un muchacho entusiasta, que siempre había trabajado intensamente en las tierras de sus padres y que a pesar de las humildes condiciones en que creció logró a base de grandes esfuerzos, la culminación de una carrera universitaria y la adquisición de una cultura admirable que le permitía sostener pláticas de la más diversa índole.
No obstante ello, siempre permaneció vigilante al lado de sus padres y de la siembra y cosecha de sus tierras, hasta que sus padres cada uno en su día y en su año, fallecieron y siendo él, el único heredero, decidió venderlas y ejercer su profesión en una de las grandes Ciudades y ¿Porqué no? viajar y conocer el mundo que había leído tantas y tantas veces en los libros.
Así, una vez instalado en su despacho ya, un día como cualquier otro, leyendo el periódico matutino, llegó a su oficina un cliente y previo el trámite engorroso con su secretaria, fue conducido cortésmente ante su presencia.
Su cliente dijo llamarse Fernando, hombre de unos 55 años de edad y resuelta la situación de negocios por la que iba, relativa a la obtención de unos permisos de importación, que no implicaban dificultad alguna, se dio sin darse cuenta entre ambos, una conversación bastante amena, que se fue tornando triste, cuando José, sin saber como, le confió a Fernando sus más profundas angustias, temores y resentimientos contra la vida, pasando de sus desatinos amorosos, hasta la reciente muerte de sus padres.
Fernando notó de inmediato el estado en que se encontraba José y lo invitó a cenar ese mismo día a su casa.
Esa noche de luna llena, José no la olvidaría jamás, pues Fernando de forma compasiva pero inmisericorde a la vez, derribó, destrozó, destruyó y desnudó por completo, todos los argumentos con los que José pretendió justificar su sufrimiento interior.
Una vez hecho lo anterior y al estar José todavía en un estado notorio de choque emocional, Fernando le preguntó con serenidad:
– Amigo mío, contéstame esta pregunta desde lo más hondo de tu corazón y de tu ser ¿Qué te queda ahora?
José todavía turbado le dijo – Nada, no me queda nada.
– Bien, muy bien parece que vas comprendiendo, esto quiere decir que nunca has tenido nada, excepto a ti mismo y si esto es así ¿Porqué sufres?
– Por nada, Fernando, en realidad resulta ya obvio que por nada, pero si no tengo nada ¿Entonces quién o qué rayos soy?
– A partir de este momento empiezas a ser TÚ y por ende ahora puedes tenerlo TODO, basta por supuesto que así lo desees y pongas todo tu esfuerzo y energía en ello.
– Si Fernando estoy deseoso y dispuesto a hacerlo.
– El conocimiento que te será transmitido, es sabiduría ancestral, que puede resumirse a lo que te voy a decir y que la contiene toda en unas cuantas líneas, no se trata de borrar lo que sabes, sino que sepas discernir lo que es verdadero.
“Es necesario no deber a nadie más que a ti mismo, en el descubrimiento del camino, aunque debamos ser dirigido por otro.
Curvado para ser intacto, recto para ser partido, destruido para ser colmado, oculto para ser nuevo, silencioso para ser escuchado, un poco de favor conserva, muchos favores pierden.
El hombre que ha llegado al UNO, reúne todo en un solo conjunto y es modelo de los demás hombres. No se ve pero brilla. No se agita pero trabaja. No se apresura pero obtiene frutos. Conoce el camino y lo enseña a los ignorantes. Sabe pero no habla. Comprende la raíz de su esencia y la nutre. Impasible y por ello poderoso. Prudente pero inocente. Osado pero no valiente. Humilde pero silencioso. Callado pero elocuente. Rígido pero flexible. Humano pero no de éste mundo.”
Al escuchar esto José, quedo impávido y sintió en su más profundo interior una sublime agitación, el reloj que se encontraba frente a él, parecía detenido y sin embargo su marcha continuaba.
Los días, las semanas, los meses y los años pasaron, en los que José poco a poco adquirió el conocimiento que Fernando le transmitió, en los que de una forma admirablemente sencilla, pudo saber las leyes que regían al universo y que su vez debía aplicar sobre sí mismo, sin embargo, para José todo era más y más conocimiento que solo intelectualizaba, pero que no sentía y mucho menos lo vivía, evidentemente había operado un cambio en él, quería saber y saber más, pero nunca se percató que el trabajo sobre sí mismo, no estaba realmente funcionando, solo se imaginaba que trabajaba y sin darse cuenta se había identificado con tanto conocimiento, sin percatarse de que solo incrementó su vanidad intelectual.
Así, transcurrieron los años, hasta que Fernando ya mucho más viejo y sabiendo lo que ocurría con José, le dijo lo siguiente:
– José, durante todos estos años te he transmitido todo el conocimiento que poseo y veo con suma tristeza que en nada te ha ayudado, te has convertido en un cretino, has sido ciego y sordo y estás a punto de sufrir la más terrible muerte que puede tener un hombre que ha iniciado el camino, la de la SOBERBIA y es por ello que te lo digo, pues para salir de ese tipo de muerte requerirás un esfuerzo mucho mayor que el que hasta el momento hayas podido realizar.
– ¿Cómo es posible que digas eso Fernando? – Le contestó José.
– Te lo diré, no es mi intención ofenderte, pero la semilla que existe en ti, aun no ha crecido, a pesar del conocimiento y porque deseo que ahora no solo lo SEPAS, sino que SEAS Y COMPRENDAS, utilizaré para ello la más grande parábola de Jesús y si después esto no COMPRENDES quiere decir que tu tiempo aun no ha llegado.
Antes de esto debes saber que el conocimiento que tienes, tanto el ordinario como el “especial” que has recibido, en primer término es imposible borrarlo de tu cerebro y debe serte de utilidad, sucede solo que éste se ha convertido en archivos dispersos y mal ordenados que no te han permitido COMPRENDER que forman parte de un todo que NO HAS DISCERNIDO, en parte porque no has querido y en parte porque no has podido y querer y poder, solo pueden existir en una persona que, para empezar debe ser sincera consigo misma, en combate constante y permanente con sus propios “demonios”, sin huir de ellos, sin refugiarse ni justificarse ante el más mínimo de los embates, de alguien osado pero ausente de temor.
El conocimiento no debe ser motivo de charla estéril o de presunción, con el permanente engaño de estar trabajando internamente, para después perderse en la fatuidad del mundo y sus ruines y mezquinos intereses, pues cuándo ya no encuentres más conocimiento, ¿Hacia dónde te dirigirás?, cuando el saber humano te lleve a callejones sin salida, ¿Cuál será la salida? Solo TÚ y nadie más tiene la clave para responder a estas interrogantes, cuando APLIQUES EL CONOCIMIENTO EN TI, DE FORMA EMOCIONAL Y NO INTELECTUAL, tendrás en tus manos la libertad y la verdad anhelada.
Es necesario pues que COMPRENDAS la parábola del sembrador:
“He aquí, el sembrador salió a sembrar.
Y mientras sembraba, parte de la semilla
cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron.
Parte cayó en pedregales, donde no había
mucha tierra; y brotó pronto, porque no
tenía profundidad de tierra;
pero salido el sol, se quemó; y porque
no tenía raíz se secó.
Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron
y la ahogaron.
pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto,
cuál a ciento, cuál a sesenta y cuál a treinta por uno.
El que tiene oídos para oír, oiga”
Ante esto los discípulos, – siguió Fernando – le preguntan a Jesús porque le hablaba a la gente en parábolas y explicándoles les dice que a ellos no les es dado conocer la verdad sino en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen, pero que a ellos si les es dado y les explica la parábola:
-“Oíd pues vosotros la parábola del sembrador:
Cuando alguno oye la palabra del reino y
no la entiende, viene el malo, y arrebata lo
que fue sembrado en el corazón. Este es el
que fue sembrado junto al camino.
y el que fue sembrado en pedregales,
este es el que oye la palabra, y al momento la
recibe con gozo;
pero no tiene raíz en sí, sino que es de
corta duración, pues al venir la aflicción o la
persecución por causa de la palabra, luego
tropieza.
El que fue sembrado entre espinos, éste
es el que oye la palabra, pero el afán de este
siglo y el engaño de las riquezas ahogan
la palabra y se hace infructuosa.
Más el que fue sembrado en buena tierra,
éste es el que oye y entiende la palabra, y
da fruto; y produce a ciento, a sesenta,
y a treinta por uno”
Una vez que terminó, Fernando le dijo:
– La parábola como tal y aun su explicación se refiere al hombre como la semilla que recibe el conocimiento y a su posible evolución individual, dividiéndolo en cuatro tipos de hombre, de los cuáles sólo te hablaré de dos, pues tú eres uno de ellos.
Me referiré a la segunda, la que fue sembrada en pedregales.
Esta describe al hombre que no puede enfrentar las dificultades, no puede ni quiere trabajar en sí mismo, ni con otros, ni soportar sus manifestaciones desagradables.
Es el hombre que sólo busca el conocimiento, es quien sólo trabaja en la línea del conocimiento, que si bien es cierto es necesario introducirlo en el cuerpo, solo trabaja para SABER, no para SER.
Posee el deseo inicial y recibe gozoso el conocimiento, quiere enterarse de todo y lo compara con todo lo que ya sabe, pero cuando tiene que aplicarlo en sí mismo, vacila y cae, pues carece de raíz, voluntad, discernimiento, comprensión, es decir SOLO LO SABE, PERO NO LO SIENTE Y POR LO TANTO NO LO COMPRENDE.
Es quien quiere conservarlo todo en forma de conocimiento y tener la satisfacción de SABER acerca de la verdad, es el teórico, puede oír la palabra (conocimiento), pero no podrá hacerla ni tratará de hacerla, pues al no buscar la verdad que yace en él y NO COMPRENDERLA, se transforma en esclavo de sus propios conceptos.
Coleccionan toda clase de ideas, pero cuando las cosas se ponen difíciles, huyen y corren en pos de otras que los justifiquen.
En eso mi amado José, es en lo que te has convertido y creo, que el segundo tipo que te iba a explicar el de la semilla que cae en buena tierra, algún día lo haré.
José con un dolor intenso en su interior se mantuvo inmóvil, dos lágrimas corrieron por sus mejillas y con la voz entrecortada, le dijo a Fernando:
– Ahora COMPRENDO Fernando, por fin COMPRENDO, cuan cerca y cuan lejos he estado de la VERDAD, con el conocimiento quise huir de mí mismo, engañándome a mí y a los demás y COMPRENDO también ya la última categoría del HOMBRE y la más importante: la del HOMBRE NUEVO, el que ha de despertar para luego morir y después de ello, renacer, tal como la semilla que muere para dar fruto, florece en sí mismo la enseñanza de la evolución interior, trabajando conscientemente y sin descanso, tomando el conocimiento como algo suyo y no separado de él, aceptándolo íntegramente y aplicándolo sobre sí mismo, con sinceridad, resolución y paciencia, despertando a la VIDA, sacrificando su propio sufrimiento, olvidándose y alejándose de la herejía funesta de la “razonadora vanidad”, de la necesidad ineluctable que nos persigue, de la putrefacción fecunda, sea cual fuere, enmascarada bajo la engañosa apariencia de la muerte.
Fernando, sumamente conmovido, le dijo:
– Ni YO mismo, hubiera podido explicarla mejor, pues lo que has dicho de TI ha nacido, de la esencia misma que te hace desde ahora UN SER DESPIERTO, UN VIVO ENTRE LOS MUERTOS.
Ahora ve en silencio, sin temor, sin esperanza y con amor, a sembrar en el camino, la luz del BIEN, LA VERDAD Y LA LIBERTAD, pues las unas sin las otras, no existen en el mundo real.
SÉ UNO de los que callan, escuchan y disciernen, recordándote siempre y con ello a tu origen, sé poseedor del CONOCIMIENTO PLENO Y LA DIVINA IGNORANCIA, ignorancia de la fatuidad, de la mezquindad, de la ruindad y de la oscuridad de quienes SIN SER, se dicen portadores de la verdad y se ensalzan de ello, sin importarles nada que no sea de este mundo material.
El HOMBRE NUEVO no olvida, solo comprende y se recuerda a sí mismo como una parte viva y existente de su Creador.
Bueno, creo que el final de esta historia nunca existió, sólo se convirtió en un maravilloso principio.
“El hombre es en sí mismo el campo; sus acciones son semillas y lo que hace a otros crece presto; el tiempo de la cosecha es segura.
¡Contemplad la cosecha! Si él ha sembrado vientos, huracanes cosechará; si él ha sembrado las nocivas semillas del escándalo, del hurto y del odio, de la sensualidad y del crimen, la cosecha está asegurada y él debe recoger lo que ha sembrado; sí y aun más, pues las semillas producen al ciento por uno.
El fruto de la equidad, de la paz, del amor y de la alegría, jamás puede brotar de semillas nocivas, pues el fruto es como la semilla.”
P.D. OUSPENSKY, Jesús en el Templo de Heliópolis.
Deja una respuesta