EL CAMBIO DE SÍ El hombre es el único que puede cambiarse a sí mismo Por el Dr. Maurice Nicoll COMENTARIO

publicado en: Cuarto Camino, Maurice Nicoll | 0

 

Es imposible cambiar a otra persona por compulsión. No hay reglas exteriores, ni regulaciones, ni leyes, capaces de cambiar a un hombre. Éste puede –debido al temor o el interés propio– obedecer dichas regulaciones, pero esto no lo cambia.

Para lograr el cambio de sí, el hombre debe estar libre. La compulsión nunca lo logrará. El hombre debe ver por sí mismo la verdad, antes de que la verdad pueda modificarlo. Si el hombre pudiera ser modificado en sí mismo por la aplicación de una compulsión exterior, hace mucho que habría cambiado. Pero el hombre fue creado como un organismo capaz de desarrollo propio, capaz de un definido cambio interior, y no hay fuerza exterior que pueda llevar a cabo ese autodesarrollo.

Noten que el trabajo se refiere al autodesarrollo. El autodesarrollo sólo puede lograrse en la libertad –de uno mismo–. El hombre tiene libertad sólo en lo que respecta al desarrollo interior. Sólo le toca a él querer transformarse a sí mismo. Si lo comprende, cambiará en la libertad de su comprensión, porque su comprensión le es propia y ninguno puede quitársela, ni tampoco forzarla. Si desde la comprensión quiere transformarse a sí mismo, sólo entonces le es posible la transformación. Pero primero debe comprender.

La comprensión, enseña el trabajo, es la cosa más poderosa que el hombre puede crear. Sin comprensión no puede hacer nada rectamente, tanto fuera como dentro. Por ejemplo, las gentes no ven el otro lado de sí mismas. Por lo tanto, se culpan unos a otros por lo que en realidad está en sí mismos. Ven en los otros las falsedades propias que rehusan aceptar. Cuando llegan a comprender mejor, dejan de llevar esta vida parcial. Ahora bien, cada cual sabe que es muy difícil aceptar que nos digan algo adverso sobre nuestra persona. Nos enfurecemos, lo recibimos con desdén. 0 si se señala a otra persona sus defectos, éste se encolerizará o lo desdeñará. En mi calidad de médico psicólogo conozco muy bien el momento molesto en que debo decir a un paciente: «Sí, veo muy bien que lo trataron mal, que nunca lo apreciaron, que nunca lo comprendieron debidamente. Usted acaba de decírmelo muy claramente. ¿Pero no cree usted que tal vez no sea la persona ideal que se imagina ser, y que usted tiene además defectos muy serios?» Nada cuesta imaginar la mirada altanera, la sonrisa helada, el magnífico gesto de levantarse de la silla –y el portazo–, olvidándose, desde luego, de pagar la consulta. Sí, ¿pero qué sucedió en realidad? Hemos hablado recientemente sobre este particular. ¿Qué fue tocado? ¿Cómo lo llamaríamos? Llámelo como lo llame, es el factor que impide el cambio de sí.

He leído recientemente un libro en que se describe la visita de un enviado diplomático inglés a Persia para ver al Chad, a principios de siglo. El enviado desembarcó en Basra, con escuadrones de húsares, de guardias montadas, con magníficas tiendas, arreos y todo lo demás. Avanzaban con lentitud hacia la capital porque la prisa hubiera significado pérdida de prestigio. Si el Chad enviaba un mensaje, le respondían algunos días después. Si el enviado mandaba un mensaje, el Chad contestaba una semana o dos después. Si por un lado se sugería una fecha definida, por el otro se expresaba que se lo lamentaba mucho, pero que en dicha fecha nada se podía hacer debido a las muchas ocupaciones. Ahora bien, todas esas ceremonias se hacían para que el enviado y el Chad se encontrasen en iguales términos. Esto es, sin pérdida alguna de prestigio por ambos lados.

Nuevamente, le pregunto: ¿qué nombre le da a ese factor que existe en todos, además de los enviados y los chads? ¿No lo ha notado en usted mismo? Todo ese cuidadoso ordenamiento de la situación externa por el enviado británico y el Chad se realizó para adaptarse al formidable factor cuyo nombre buscamos. Al parecer está en un lugar muy profundo, más profundo que la falsa personalidad.

Ahora echemos un breve vistazo al trabajo: este sistema de psicología que estamos estudiando. El trabajo habla constantemente de la necesidad de autodesarrollo. «El hombre», dice, «es una casa sin terminar». ¿Cuál es el punto de partida? El punto de partida es la observación de sí. Un hombre, una mujer, deben empezar por acrecentar el alcance de su conciencia, observándose a sí mismos por medio de ese sentido interior que poseemos y que los animales no tienen. Los animales no fueron hechos para autodesarrollarse: el hombre sí. Los animales no pueden observarse a sí mismos: el hombre sí puede.

Ahora bien, si una persona comienza a observarse a sí misma a la luz del trabajo, ve gradualmente, después de años de trabajo sobre sí, lo que otros le han señalado o han deseado señalarle. Si ve por sí mismo este factor en él, que es tan formidable y el origen de tanta violencia, entonces no surge antagonísticamente. Se ve a sí mismo: comienza a aceptar lo que nunca habría aceptado de otro. Es así como el trabajo se ocupa de ese factor que de otro modo es intratable en el hombre. Ahora bien, si según todas las apariencias ha practicado este trabajo durante años y no ha tocado ese formidable factor, no se ha realizado un trabajo verdadero. Es como si estuviese encerrado en una fortaleza, sin ceder siquiera un centímetro.

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