¿Qué quiere decir que el hombre es una máquina? Quiere decir que no tiene movimientos independientes, ni dentro ni fuera de él. Es una máquina que es puesta en movimiento por influencias externas y por impactos exteriores. Todos sus movimientos, acciones, palabras, ideas, emociones, humores y pensamientos son producidos por influencias exteriores. Por sí mismo, es tan sólo un autómata con cierta provisión de recuerdos de experiencias previas y cierta cantidad de energía de reserva.
Tenemos que comprender que el hombre no puede hacer nada.
Pero él no se da cuenta de ello y se atribuye la capacidad de hacer. Esta es la primera cosa falsa que el hombre se arroga.
Esto tiene que comprenderse con toda claridad. El hombre no puede hacer. Todo lo que el hombre cree que hace, en realidad sucede. Sucede exactamente como «llueve» o «nieva».
En español no hay formas impersonales de verbos que se puedan usar en relación con las acciones del hombre. De manera que tenemos que seguir diciendo que el hombre piensa, lee, escribe, ama, odia, comienza guerras, pelea, etc. En realidad todo ello sucede.
El hombre no puede moverse, pensar o hablar de motu propio. Es una marioneta tirada de aquí y de allá por hilos invisibles. Si así lo comprende puede aprender más sobre sí mismo, y tal vez entonces las cosas comiencen a cambiar para él. Pero si no puede darse cuenta ni comprender su total mecanicidad, o si no quiere aceptarla como un hecho, no puede aprender nada más y las cosas no pueden cambiar para él.
El hombre es una máquina, pero una máquina muy peculiar. Es una máquina que, en las circunstancias adecuadas, y con el tratamiento adecuado, puede saber que es una máquina. Al darse plena cuenta de ello puede encontrar los medios para dejar de ser una máquina.
Ante todo, el hombre debe saber que él no es uno; él es muchos. No tiene un Yo permanente e inmutable. El es siempre diferente. En un momento es uno, en el siguiente momento es otro, en el tercer momento es un tercero, y así sucesivamente, casi sin término.
La ilusión de unidad o unicidad se crea en el hombre, ante todo, por la sensación de un cuerpo físico, luego por su nombre, que en casos normales siempre sigue siendo el mismo, y tercero, por cierto número de hábitos mecánicos que le son implantados por la educación o los adquiere por imitación. Al tener siempre las mismas sensaciones físicas, al oír siempre el mismo nombre, y al notar en sí mismo los mismos hábitos e inclinaciones que tenía antes, se cree ser siempre el mismo.
En realidad no hay unidad en el hombre y no hay un centro de control, ni un Yo permanente. Cada pensamiento, cada sentimiento, cada sensación, cada deseo, cada gusto y cada aversión es un «yo». Estos «yoes» no están conectados entre sí, ni coordinados en forma alguna. Cada uno depende de los cambios de las circunstancias exteriores, y de los cambios de las impresiones. Algunos siguen mecánicamente a otro, y algunos aparecen siempre acompañados de otros. Pero en esto no hay ni orden ni sistema.
Hay ciertos grupos de «yoes» que están ligados naturalmente. Hablaremos de estos grupos posteriormente. Por ahora debemos tratar de comprender que hay grupos de «yoes» ligados tan solo por asociaciones accidentales, recuerdos accidentales, o semejanzas totalmente imaginarias.
En todo momento, cada uno de estos «yoes» sólo representa a una muy pequeña parte de nuestro «cerebro», «mente», o «inteligencia»; pero cada uno de ellos pretende representar a la totalidad. Cuando el hombre dice «yo», cree que está expresando la totalidad de sí mismo, pero en realidad, aun cuando lo pretenda, es sólo un pensamiento pasajero, un deseo pasajero. Una hora después lo puede haber olvidado completamente, y expresar con la misma convicción una opinión, un punto de vista, o un interés opuesto. Lo peor de todo es que el hombre no lo recuerda. En la mayoría de los casos cree en el último yo que se expresó, mientras éste dure: esto es, hasta que otro «yo», a veces totalmente desconectado del precedente, no exprese su opinión o deseo en un tono más fuerte que el primero.
Volvamos ahora a las otras dos preguntas: ¿Qué significa «desarrollo»? ¿Y qué quiere decir que el hombre tiene que llegar a ser «un ser diferente»? En otras palabras, ¿qué clase de cambio es posible para el hombre?, y ¿cómo y cuándo comienza este cambio?
Ya se ha dicho que el cambio comenzará con aquellos poderes y capacidades que el hombre se atribuye a sí mismo, pero que en realidad no posee.
Esto quiere decir que antes de que adquiera cualesquiera nuevos poderes o capacidades, el hombre debe desarrollar en sí mismo las capacidades que cree poseer y sobre las cuales tiene las más grandes ilusiones.
El desarrollo no puede comenzar basado en la mentira qué uno se hace a sí mismo, ni engañándose a sí mismo. El hombre debe saber lo que tiene y lo que no tiene. Esto significa que debe darse cuenta de que no posee las cualidades ya descritas que se arroga a sí mismo, o sea: la capacidad de hacer, la individualidad o unidad, un Yo permanente, y además Consciencia y Voluntad.
Y es necesario que el hombre lo sepa, porque mientras crea que posee estas cualidades no hará los esfuerzos apropiados para adquirirlas, exactamente como un hombre que no comprará cosas caras, pagando un alto precio por ellas, si cree que ya las posee.
La más importante y la más engañosa de estas cualidades es la consciencia. Y el cambio en el hombre comienza por el cambio de su comprensión del significado de la consciencia, para seguir luego con la adquisición gradual de su dominio sobre ella.
¿Qué es la consciencia?
En la mayoría de los casos en el lenguaje ordinario se usa la palabra «consciencia» como un equivalente de la palabra «inteligencia», en el sentido de actividad de la mente.
En realidad, la consciencia es una especie muy particular de «darse cuenta» en el hombre, independiente de su actividad mental. Ante todo, »darse cuenta» de sí mismo, darse cuenta de quién es él, de dónde está, y más aun «darse cuenta» de lo que sabe, de lo que no sabe, y así sucesivamente.
Sólo uno mismo puede saber si en un momento dado está «consciente» o no. Esto fue probado hace mucho tiempo en cierta corriente de pensamiento en la psicología europea, la que comprendió que sólo el mismo hombre puede conocer ciertas cosas acerca de sí.
Aplicándolo a la consciencia, quiere decir que sólo un mismo hombre puede saber si su consciencia existe en un momento o no. Esto quiere decir que la presencia o la ausencia de la consciencia en un hombre no se puede probar por la observación de sus actos exteriores. Como ya lo he dicho, este hecho fue probado hace mucho tiempo, pero su importancia nunca fue totalmente comprendida, porque siempre se le ligaba con la comprensión de la consciencia como un proceso mental o una actividad de la mente. Si un hombre se da cuenta de que no estaba consciente hasta el momento en que lo percibe, y luego se olvida de esta percepción, o aun si la recuerda, esto no es consciencia. Es tan sólo el recuerdo de una fuerte percepción.
Quiero ahora atraer su atención hacia otro hecho que ha sido perdido de vista por todas las escuelas modernas de psicología.
Es un hecho que la consciencia en el hombre, no importa cómo se la mire, nunca permanece en el mismo estado. Existe, o no está. Los momentos más elevados de consciencia crean memoria. Los otros momentos, el hombre simplemente no los recuerda. Esto, más que nada, produce en el hombre la ilusión de consciencia continua o de un continuo «darse cuenta de sí».
Algunas escuelas modernas de psicología niegan enteramente la consciencia, inclusive niegan la necesidad de tal término, pero ello no es sino un derroche de mala inteligencia. Otras escuelas, si se les puede llamar así, hablan de estados de consciencia, queriendo significar: pensamientos, sentimientos, impulsos motrices y sensaciones. Esto está basado en el error fundamental de mezclar la conciencia con las funciones psíquicas. Hablaremos de ello más tarde.
En realidad, en la mayoría de los casos, el pensamiento moderno todavía confía en la vieja formulación de que la consciencia no tiene grados. La aceptación general de esta idea, si bien tácita, aunque esté en contradicción con muchos descubrimientos recientes, detuvo muchas posibles observaciones sobre las variaciones de la consciencia.
El hecho es que la consciencia tiene grados bastante visibles y observables, por cierto visibles y observables para cada uno en sí mismo.
Primero está la duración: ¿cuánto tiempo ha estado uno consciente?
Segundo, la frecuencia de aparición: ¿cuántas veces se ha llegado a ser consciente?
Tercero, la extensión y la penetración: ¿de qué era uno consciente?, lo cual puede variar muchísimo con el crecimiento del hombre.
Si tomamos sólo los dos primeros, podremos comprender la idea de la posible evolución de la consciencia. Esta idea está ligada con un hecho muy importante y muy conocido por las antiguas escuelas psicológicas, como por ejemplo la de los autores de la Philokalia, pero completamente ignorado por la filosofía y la psicología europeas de los dos o tres últimos siglos.
O sea que la consciencia se puede hacer continua y controlable por medio de esfuerzos especiales y de estudios especiales.
Trataré de explicar cómo se puede estudiar la consciencia. Tomen un reloj y miren el segundero, tratando de darse cuenta de sí mismos, y concentrándose en el pensamiento «Yo soy Pedro Ouspensky» «Estoy ahora aquí». Traten de no pensar en nada más, simplemente siguiendo el movimiento del segundero y dándose cuenta de sí mismos, de su nombre, de su existencia, y del lugar en que están. Mantengan apartado todo otro pensamiento.
Si son persistentes, podrán hacer esto por dos minutos. Este es el límite de su consciencia. Y si tratan de repetir el experimento inmediatamente después, lo encontrarán más difícil que la primera vez.
Este experimento demuestra que un hombre, en su estado natural, puede con gran esfuerzo ser consciente de una cosa (él mismo) por dos minutos o menos.
La deducción más importante que uno puede hacer después de realizar este experimento en la forma debida, es que el hombre no es consciente de sí mismo. La ilusión de estar consciente de sí mismo es creada por la memoria y por los procesos del pensamiento.
Por ejemplo, un hombre va al teatro. Si está acostumbrado, no tiene especialmente consciencia de estar allí mientras lo está. Sin embargo, puede ver y observar cosas, el espectáculo puede gustarle o no, recordarlo, acordarse de la gente que encontró, y así sucesivamente.
Cuando regresa a su casa recuerda que estuvo en el teatro, y por supuesto cree que estuvo consciente mientras se hallaba en él. De esta manera no tiene dudas sobre su consciencia y no se da cuenta de que su consciencia puede estar completamente ausente mientras él puede actuar razonablemente, pensar, observar.
Para una descripción general, el hombre tiene posibilidad de cuatro estados de consciencia. Estos son: el sueño, el estado de vigilia, la consciencia de sí, y la consciencia objetiva.
Pero aunque tiene la posibilidad de estos cuatro estados de consciencia, el hombre de hecho no vive sino en dos: una parte de su vida la pasa en el sueño y la otra en lo que es llamado «estado de vigilia», aunque en realidad su estado de vigilia difiere muy poco del sueño.
En la vida ordinaria, el hombre no sabe nada de la «consciencia objetiva» y no es posible ningún experimento en esta dirección. El hombre se atribuye el tercer estado, o «consciencia de sí»; esto es, cree poseerlo, aunque en realidad sólo puede ser consciente de sí por muy raros chispazos y aún entonces es probable que no lo reconozca, porque no sabe lo que ello implicaría si en realidad lo poseyera. Estos vislumbres de consciencia vienen en momentos excepcionales, en estados altamente emocionales, en momentos de peligro, en circunstancias y situaciones muy nuevas e inesperadas; o algunas veces en momentos completamente ordinarios cuando no ocurre nada en particular. Pero en su estado ordinario o «normal», el hombre carece de todo control sobre ellos.
En cuanto a nuestra memoria ordinaria, o a momentos de memoria, en realidad sólo recordamos momentos de consciencia, aun cuando no nos demos cuenta de que esto sea así.
Explicaré más adelante lo que significa la memoria en un sentido técnico, así como las diferentes clases de memoria que poseemos. Por ahora sólo quiero atraer su atención a la propia observación de su memoria. Notarán que recuerdan las cosas de manera diferente. Algunas cosas las recuerdan muy vívidamente, algunas muy vagamente, y otras no las recuerdan en absoluto. Solamente saben que sucedieron.
Se sorprenderán mucho cuando se den cuenta de qué poco es lo que recuerdan en realidad. Y esto sucede así, porque ustedes recuerdan sólo los momentos en que estuvieron conscientes.
De manera que, con referencia al tercer estado de consciencia, podemos decir que el hombre tiene momentos ocasionales de consciencia de sí, que dejan recuerdos vividos de las circunstancias en que se produjeron, pero no tiene dominio sobre ellos. Vienen y se van por sí mismos, estando controlados por circunstancias exteriores y asociaciones ocasionales o recuerdos de emociones.
Surge la pregunta: ¿Es posible adquirir el control sobre estos momentos fugaces de consciencia, el evocarlos más a menudo, y el mantenerlos por más tiempo, o aun el hacerlos permanentes? En otras palabras, ¿es posible llegar a ser conscientes?
Este es el punto más importante, y desde el mismo comienzo de nuestro estudio debemos comprender que este punto, hasta en teoría, ha sido totalmente olvidado por todas las escuelas modernas de psicología sin excepción.
Porque con los métodos adecuados y los esfuerzos apropiados el hombre puede adquirir el control de la consciencia, y puede llegar a ser consciente de sí mismo, con todo lo que esto implica. Y lo que esto implica, en nuestro estado actual, no nos lo podemos ni siquiera imaginar.
Sólo después de que se haya comprendido este punto, puede llegar a ser posible un estudio serio de la psicología.
Este estudio debe comenzar con la investigación de los obstáculos a la consciencia en nosotros mismos, porque la consciencia sólo puede comenzar a crecer cuando, por lo menos, algunos de los obstáculos sean extirpados. El mayor de ellos es nuestra ignorancia de nosotros mismos, y nuestra equivocada convicción de que nos conocemos a nosotros mismos, al menos hasta cierto punto y de que podemos estar seguros de nosotros mismos, cuando en realidad no nos conocemos en lo absoluto ni podemos estar seguros de nosotros mismos ni siquiera en las cosas más pequeñas.
Debemos comprender ahora que la psicología significa en realidad el estudio de sí mismo: Esta es la segunda definición de psicología. Uno no puede estudiar la psicología como se estudia la astronomía; esto es, fuera de uno mismo.
Al mismo tiempo, uno debe estudiarse a sí mismo de la misma manera en que estudiaría cualquier máquina nueva y complicada. Debe conocer las partes de esta máquina, sus funciones principales, las condiciones para un trabajo apropiado, las causas del trabajo equivocado, y muchas otras cosas difíciles de describir sin usar un lenguaje especial, el que también es necesario conocer para poder estudiar la máquina.
La máquina humana tiene siete funciones diferentes:
1° El pensar (o intelecto).
2° El sentir (o emociones).
3° La función instintiva (todo el trabajo interno del organismo).
4° La función motriz (todo el trabajo externo del organismo, el movimiento en el espacio, etc.).
5° El sexo (la función de los dos principios, masculino y femenino, en todas sus manifestaciones).
Además de estas cinco, hay otras dos funciones para las cuales no tenemos nombre en el lenguaje ordinario. Estas aparecen sólo en los estados superiores de consciencia: una, la función emocional superior, que aparece en el estado de consciencia de sí; y otra, la función intelectual superior, que aparece en el estado de consciencia objetiva. Como no estamos en estos estados de consciencia, no podemos estudiar estas funciones o experimentar con ellas. Sólo las conocemos indirectamente, por aquellos que la han alcanzado o experimentado con ellas.
En la antigua literatura filosófica y religiosa de diferentes naciones hay muchas alusiones a los estados superiores de consciencia y a las funciones superiores.
Lo que crea una dificultad adicional para comprender estas alusiones es la falta de división entre los estados superiores de consciencia. Lo que se llama “samadhi” o estado de éxtasis o iluminación, o, en trabajos más recientes, «consciencia cósmica», puede referirse a uno u otro estado: algunas veces a experiencias de consciencia de sí, y a veces a experiencias de consciencia objetiva. Y, por extraño que parezca, tenemos más material para juzgar sobre el estado más elevado, o sea, la consciencia objetiva, que sobre el estado intermedio, esto es, la consciencia de sí, a pesar de que la anterior sólo se puede alcanzar después de la última.
El estudio de sí mismo debe comenzar con el estudio de las cuatro funciones:
El pensar, el sentir, la función instintiva, y la función motriz. La función sexual sólo se puede estudiar mucho después; esto es, cuando estas cuatro funciones hayan sido suficientemente comprendidas. Al contrario de lo que afirman algunas teorías modernas, la función sexual es realmente posterior; es decir, aparece más tarde en la vida, cuando las cuatro primeras funciones ya se han manifestado plenamente, y está condicionada por ellas. Por lo tanto, el estudio de la función sexual sólo puede ser útil cuando las primeras cuatro funciones sean totalmente conocidas en todas sus manifestaciones. Al mismo tiempo se tiene que comprender que cualquier irregularidad seria o anormalidad en la función sexual hace imposible el desarrollo de sí y aun el estudio de sí mismo.
Tratemos ahora de comprender las cuatro funciones principales. Daré por sentado que para ustedes es claro lo que yo quiero decir por la función intelectual o función de pensar. En ella están incluidos todos los procesos mentales: la percepción de impresiones, la formación de representaciones y de conceptos, el raciocinio, la comparación, la afirmación, la negación, la formación de palabras, la facultad de hablar, la imaginación, y así sucesivamente.
La segunda función es el sentir o las emociones: la alegría, la pena, el miedo, el asombro, etc. Aun si están seguros de que está claro para ustedes el cómo y en qué difieren las emociones de los pensamientos, les aconsejaría que revisen sus puntos de vista a este respecto. En nuestra manera ordinaria de pensar y de hablar mezclamos pensamientos y sentimientos; pero para comenzar el estudio de sí es necesario diferenciar cuál es cuál.
Tomará más tiempo el comprender las dos funciones que siguen, instintiva y motriz, ya que en ningún sistema ordinario de psicología están descritas y divididas de manera correcta.
Las palabras «instinto», «instintivo» se emplean por lo general en sentido equivocado, y muy a menudo sin sentido alguno. En especial, por lo general se le asigna al instinto funciones externas que son en realidad funciones motrices y algunas veces emocionales.
La función instintiva en el hombre incluye cuatro clases diferentes de funciones:
1º.- Todo el trabajo interno del organismo, toda la fisiología por así decirlo; la digestión y asimilación de los alimentos, la respiración, la circulación de la sangre, todo el trabajo de los órganos internos, la formación de nuevas células, la eliminación de desechos, el trabajo de las glándulas endocrinas, etcétera.
2º.- Los así llamados cinco sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto; y todas las otras facultades de percibir el peso, la temperatura, la sequedad o la humedad, etc., es decir, todas las sensaciones indiferentes, sensaciones que de por sí no son ni agradables ni desagradables.
3º.- Todas las emociones físicas; es decir, todas las sensaciones físicas que son agradables o desagradables. Toda clase de dolores o de sensaciones desagradables, tales como un sabor desagradable u olor desagradable, y toda clase de placeres físicos, tales como sabores agradables, olores agradables, etc.
4º.- Todos los reflejos, aun los más complicados, tales como la risa y el bostezo; toda clase de memorias físicas, tales como la memoria del gusto, la memoria del olfato, la memoria del dolor, que son en realidad reflejos internos.
La función motriz comprende todos los movimientos externos tales como el caminar, el escribir, el hablar, el comer, y sus memorias. También pertenecen a la función motriz aquellos movimientos que en el lenguaje ordinario se llaman «instintivos», tales como el atrapar, sin pensarlo, un objeto que se cae.
La diferencia entre la función instintiva y la motriz es muy clara y puede ser fácilmente comprendida si uno simplemente recuerda que todas las funciones instintivas, sin excepción, son innatas y que para usarlas no es necesario aprenderlas; mientras que, por el otro lado, ninguna de las funciones motrices son innatas y uno tiene que aprenderlas todas, tal como el niño aprende a caminar, o como se aprende a escribir o a dibujar.
Además de estas funciones normales del movimiento, también hay algunas extrañas funciones motrices que representan el trabajo inútil de la máquina, sin intención de la naturaleza, pero que ocupan mucho lugar en la vida del hombre usando gran cantidad de su energía. Estas son: la formación de sueños, la imaginación, el ensueño, el hablar interno, el hablar por hablar, y en general, todas las manifestaciones descontroladas e incontrolables.
Las cuatro funciones: intelectual, emocional, instintiva y motriz, ante todo tienen que ser comprendidas en todas sus manifestaciones, y más tarde tienen que ser observadas en sí mismo. Tal observación de sí, o sea, la observación sobre bases correctas, con la comprensión preliminar de los estados de consciencia y de las diferentes funciones, constituye la base del estudio de uno mismo, es decir, el principio de la psicología.
Es muy importante el recordar que al observar diferentes funciones es útil el observar al mismo tiempo su relación con los diferentes estados de consciencia.
Tomemos los tres estados de consciencia, sueño, vigilia, y posibles vislumbres de consciencia de sí, y las cuatro funciones: pensamiento, sentimiento, instinto y movimiento. Todas las cuatro funciones se pueden manifestar en el sueño, pero sus manifestaciones son deshilvanadas y no confiables. No hay manera de usarlas, simplemente van por su cuenta. En el estado de vigilia, o de consciencia relativa, hasta cierto punto pueden servirnos de orientación. Se pueden comparar sus resultados, verificarlos, enderezarlos; y a pesar de que pueden crear muchas ilusiones, en nuestro estado ordinario aún no tenemos otra cosa y debemos hacer con ellas lo que podamos. Si nos diéramos cuenta de las falsas observaciones, de las falsas teorías, de las falsas deducciones y conclusiones hechas en este estado, deberíamos dejar de creer por completo en nosotros mismos. Pero los hombres no se dan cuenta de cuán decepcionantes pueden ser sus observaciones y sus teorías, y continúan creyendo en ellas. Es esto lo que impide a los hombres el observar los raros momentos en que sus propias funciones se manifiestan en conexión con vislumbres del tercer estado de consciencia, es decir, de consciencia de sí.
Todo esto quiere decir que cada una de las cuatro funciones se puede manifestar en cada uno de los tres estados de consciencia. Pero los resultados son totalmente diferentes. Cuando aprendamos a observar estos resultados y sus diferencias, comprenderemos la relación correcta entre las funciones y los estados de consciencia.
Pero aún antes de considerar la diferencia en la función en relación con los estados de consciencia es necesario comprender que la consciencia del hombre y las funciones del hombre son fenómenos totalmente diferentes, de naturaleza totalmente distinta, dependientes de causas diferentes, y que el uno puede existir sin el otro. Las funciones pueden existir sin la consciencia y la consciencia puede existir sin las funciones.
P. D. Ouspensky
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