A partir del momento en el cual, bajo la influencia de los choques de la vida o como consecuencia de instantes privilegiados, nos interrogamos sobre nosotros mismos y sobre lo que somos, se plantea a un mismo tiempo como pregunta si en lugar de abandonarnos en mayor o menor grado a los acontecimientos y a
una evolución que se nos escapa entonces por entero, no habría en esta evolución algo que dependiera de nosotros y pudiera ser influenciado por nosotros.
Llega así a ser evidente para un hombre que quiera ser plenamente él mismo, que tal pregunta no puede dejarlo del todo tranquilo y que la primera necesidad -tan indispensable como asegurar su subsistencia orgánica- debería ser el saber si algo en este sentido le es efectivamente posible y de qué manera.
Podemos buscar la respuesta fuera de nosotros, en los libros, en los sistemas filosóficos y en las doctrinas, en lo que dicen las religiones; y estas respuestas pueden satisfacernos por algún tiempo: ellas pueden bastarnos mientras la vida no las haya impugnado seriamente. Puesta a prueba en la vida, las más sólidas creencias religiosas en una verdad revelada terminan por resquebrajarse, si no encuentran apoyo y confirmación en las experiencias vividas. Y finalmente, estamos hechos de tal modo, que no creemos de manera indeleble y durable sino en lo que hemos vivido nosotros mismos y verificado acerca de nosotros
mismos, en nosotros mismos, por nosotros mismos.
Si nos interrogamos a fondo sobre nosotros mismos y sobre nuestra evolución posible, es en
nosotros mismos y por nosotros mismos que tendremos en definitiva que encontrar la respuesta. Y si nos
interrogamos sobre la significación de este mundo que nos rodea, una vez más es sólo para nosotros mismos
y a través de nosotros mismos que puede venir una respuesta que reconozcamos nuestra y en la cual
tengamos fe. Así es como el conocimiento de sí ha estado en todo tiempo en la base de muchas doctrinas y
escuelas. No es un conocimiento exterior, analítico, como lo ha querido la ciencia moderna occidental por
mucho tiempo, eludiendo todas las preguntas interiores o intentando reducirlas a explicaciones puramente
materialistas, sino un conocimiento interior de sí, donde, para no ser desnaturalizados, cada elemento, cada
estructura, cada función, sus relaciones y las leyes que los rigen, no pueden ser sólo considerados desde el
exterior, sino que deben ser vividos en el conjunto al cual pertenecen, y sólo pueden ser realmente conocidos
«en acción» en la globalidad de tal conjunto. Es una actitud completamente distinta de aquella a la que la
ciencia moderna nos ha acostumbrado, y la una no excluye a la otra. Pero hay allí para nuestra posibilidad de
evolución interior, una noción que debe quedar clara: no se trata de un «conocimiento intelectual», pues eso
no sería propiamente más que un saber. Si bien este saber es necesario, no puede de ninguna manera ser
suficiente para nuestra búsqueda, para la cual el conocimiento de sí del que necesitamos es ante todo una
experiencia interior, conscientemente vivida, de lo que somos, con todo el conjunto de las impresiones de sí
que ella conlleva.
Un hombre no puede alcanzar un conocimiento de esta índole sino al precio de un largo trabajo y
pacientes esfuerzos. El conocimiento de sí es una realización inseparable del Gran Conocimiento, el
Conocimiento objetivo. Consta de varias etapas, las primeras de las cuales pueden al principio parecer
simples; sin embargo, hasta para el hombre que reconoce su necesidad, aparece pronto como una empresa
inmensa y una meta casi fuera de alcance: una complejidad que no sospechaba se le iba revelando poco a
poco.
Pronto se hace claro que el estudio del hombre no tiene sentido sino reubicado en el conjunto de la
vida y en el conjunto del mundo en el que vive: el estudio del hombre es inseparable de un estudio viviente
del cosmos. De modo que incesantes obstáculos se levantan ante este intento, quizás claro en apariencia, pero que desemboca finalmente en horizontes que el hombre no concebía siquiera al emprender el camino.
Para tener alguna oportunidad de llegar a la meta sin desviarse ni perderse, el estudio de sí requiere
de un guía: en éste, como en cualquier otro caso, es necesario aprender de aquellos que saben y aceptar ser
conducido por los que ya han recorrido el camino. El conocimiento de sí requiere de una escuela, no puede
ser encontrado en los libros, donde sólo pueden aportarse los datos teóricos, el saber, sobre el cual todo
trabajo real queda por hacer: transformar este saber en comprensión, luego esta comprensión en
conocimiento.
A quien emprende una búsqueda de este tipo, lo único que puede iludírsele al principio es que
comprenda la necesidad de progresar incansablemente en esta vía, pase lo que pase: comprender que sólo el
estudio de sí, bien conducido, puede llevarlo al conocimiento de sí y al Gran Conocimiento.
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