JESUS SUFRE LA CUARTA PRUEBA DE LA FRATERNIDAD Y RECIBE EL CUARTO GRADO: FILANTROPIA
Cuando algunos días más hubieron pasado, el guía condujo a Jesús a la sala de la Alegría, que estaba muy ricamente amueblada y en donde había, en abundancia, todo lo que un corazón carnal podía apetecer.
Las viandas más delicadas y los más deliciosos vinos estaban sobre las mesas, y doncellas, con trajes llamativos, servían a todos, con gracia y jovialidad.
Y hombres y mujeres, ricamente vestidos, estaban ahí y daban rienda suelta a su alegría; todos libaban en las copas del placer.
Y Jesús observó en silencio, durante cierto tiempo, a los alegres comensales; y entonces un hombre ataviado con el ropaje de los filósofos acercóse a él y le dijo: muy feliz es el hombre que, como la abeja, puede libar la dulzura de flor en flor.
Hombre sabio es aquel que busca el placer y puede hallarlo donde quiera.
Después de todo la vida del hombre, sobre la tierra, es corta y pronto muere y va a lo ignoto.
Así, pues, comamos, bebamos, dancemos y cantemos y gocemos de las alegrías de la vida, porque la muerte viene presto.
Es una tontería consumir la vida en beneficio de los hombres. Mira, todos mueren y yacen juntos en la tumba en la cual ninguno de ellos sabe nada y ninguno puede mostrar gratitud.
Más Jesús no contestó; absorto en sus pensamientos, paseó su mirada por aquella multitud ebria de alegría.
Y entonces, entre los invitados, vio a un hombre cubierto con toscos vestidos; y este hombre llevaba impresas en la cara y en las manos las señales del trabajo y de la miseria.
La aturdida multitud se complacía en maltratarle; le arrojaron a empellones contra el muro y rieron de su confusión.
Y entonces vino una pobre y débil mujer que, en su rostro y en su cuerpo llevaba la marca del pecado y de la vergüenza y, sin misericordia, fue escupida por ellos y escarnecida y arrojada de la sala.
Y después entró una pequeñuela, llena de timidez y con las huellas del hambre en su semblante y pidiéndoles le dieran un solo bocado de sus viandas.
Mas ella fue echada fuera con despreocupación y con dureza, y la alegre danza prosiguió.
Y cuando aquellos buscadores del placer, insistieron en que Jesús se uniese a ellos en su alegría, él dijo:
¿Cómo podría yo buscar placer para mí mismo, mientras otros están en la miseria? ¿Cómo podéis pensar que mientras niños piden pan, mientras aquellos están en las garras del pecado claman, demandando simpatía y amor, pueda yo tomar, hasta saciarme, de las buenas cosas de la vida?
Yo os digo que no; todos nosotros somos de la misma familia; cada uno es una parte del gran corazón humano.
Yo no puedo verme a mí mismo separado de ese hombre al que habéis despreciado y arrojado contra el muro.
Ni de aquella que, con traje femenino, emergió de las guaridas del vicio, en demanda de simpatía y amor y quien, de manera tan despiadada, fue precipitada a su antro de pecado.
Ni a esa pequeñuela que habéis expulsado de entre vosotros, condenándola a sufrir, en el desamparo, los helados vientos de la noche.
Yo os digo, hombres, que lo que habéis hecho a estos mis semejantes, a mí lo habéis hecho.
Vosotros me habéis insultado en vuestra propia casa; yo no puedo permanecer aquí, yo saldré e iré en busca de esa niña, de esa mujer y de ese hombre, y les socorreré, aún cuando toda la sangre que da vida a mi cuerpo haya de verterse hasta la última gota.
YO LLAMO PLACER A LO QUE EXPERIMETO CUANDO AYUDO AL DESAMPARADO, ALIMETNO AL HAMBRIENTO, VISTO AL DESNUDO, SANO AL ENFERMO Y HABLO BUENAS PALABRAS DE ALIENTO A AQUELLOS QUE SE SIENTEN DESAPARADOS, DESALENTADOS Y DEPRIMIDOS.
Y esto que vosotros llamáis alegría, no es sino un fantasma de la noche; no es sino los destellos del fuego de la pasión, que refleja imágenes ilusorias sobre las paredes del tiempo.
Y mientras el Logos hablaba, entró el sacerdote vestido de blanco y díjole: El consejo te espera.
Entonces Jesús quedó nuevamente de pie ante el tribunal; una vez más, ni una sola palabra fue pronunciada; el hierofante puso en sus manos un pergamino en el que estaba escrito: FILANTROPÍA.
Y Jesús triunfó sobre el “yo” egoísta.