ORACIÓN DE UN SOLO ALIENTO – Una interpretación perdida del Padre Nuestro (Sir Paul Dukes)

publicado en: Cuarto Camino, G.I.Gurdjieff, Otros | 2

Paul Dukes

(En medio del auge cultural y la agitación intelectual de la Rusia pre-revolucionaria, un joven inglés  estudiante de música se lanza a una aventura espiritual. Conducido por una ruta  sinuosa hasta llegar a un apartamento retirado, decorado con tapices orientales, conoce allí al misterioso»PRÍNCIPE OZAY».  La experiencia que se le revela centra al  joven estudiante en la vida interior del hombre y en una asombrosa  interpretación de la oración del Padre Nuestro mediante una técnica que funde  la oración, la música y la respiración a fin de tocar las más secretas  profundidades del alma.)

Desde la antigüedad nos llegan ceremonias, ritos y  oraciones. Sin embargo, a menudo surge el sentimiento de que “algo” falta, algo  que nos permitiría establecer una relación dinámica con este material, una  clave que nos llevaría a ser tocados de nuevo por estas tradiciones de acuerdo a su intención inicial.  

Lo que sigue es una  indicación de lo que es posible.(…)

La partida de ajedrez terminó  muy pronto, en medio de una discusión presumiblemente sobre cómo el perdedor  debió jugar en el momento crítico. Aparentemente había ganado el hombre del turbante.Volteó la cara y al verme, dijo, como si yo hubiese estado allí toda la noche:“¿Juega?” hablaba ruso con un marcado acento.  “No muy bien”, conteste,“pero me gusta”.  En respuesta hizo un gesto invitándome a ocupar el  puesto del contrincante anterior, quien se puso de pie para cederme su lugar, y  comenzó a charlar animadamente con Lev Lvovich.

“Quítese los zapatos, si  desea estar más cómodo”, dijo mi anfitrión.

Así lo hice, avergonzándome  al descubrir que tenía un agujero en uno de mis calcetines. Traté de ocultarlo  cuando crucé la pierna, pero para mi bochorno, él ya se había dado cuenta y, sonriendo, dijo: “¿Es partidario de la ventilación? Muy bien… -¡nada como el  aire fresco!… ¿Blancas o negras?”- y extendió ambos puños cerrados con los  dos peones. Cuando escogí el blanco me di cuenta de que la otra mano también  contenía uno blanco.

Ahora, sentado frente a él  podía ver que sus ojos oscuros, cuyo resplandor me atravesaba, eran a la vez  compasivos y de un humor chispeante. Yo estaba agitado, pero de ninguna manera  me sentía calificado para ser su contrincante. Me ganó fácilmente. “Nichevo –no importa”, dijo. “Espero que tenga muchas ocasiones de tomar la  revancha”. Hizo una leve inclinación de cabeza, abriendo sus manos para indicar  que sería recibido.

Luego, una larga conversación  tuvo lugar entre los tres hombres. Por sus ademanes deduje que Lev Lvovich  contaba a los otros dos mis experimentos en curación mediante la oración del  Padre Nuestro. Durante el último verano visite a menudo una pequeña aldea  cercana a la residencia de un rico terrateniente a cuyos hijos daba clases. Un  día, uno de los ancianos de la aldea me rogó que ayudara a su esposa, quien se  mantenía en cama con fiebre muy alta desde hacía ya tres semanas. Me sentí  totalmente impotente porque ninguno de nosotros tenía dinero para un  médico.  Finalmente, accediendo a sus súplicas, lo acompañé a su casa. De  pie, ante la mujer enferma de gravedad, lo único que se me ocurrió fue rezar en  voz alta por su recuperación –recitando el Padre Nuestro, una y otra vez, en  inglés, una de las pocas oraciones que recordaba. Sorpresa y turbación me  sobrevinieron al notar que la fiebre se aplacó inexplicablemente. Las noticias  se esparcieron por toda la aldea, y los lugareños comenzaron a implorarme que  rezase de esta manera cada vez que uno de ellos se enfermara. ¿Qué sucedía?¡Mis “pacientes” mejoraban! Estaba aterrado y curioso por estas misteriosas“curaciones”. Por supuesto me alegraba que mis esfuerzos ayudaran a los  aldeanos, pero fue un alivio cuando el verano, finalmente, llegó a su término  conjuntamente con mi papel de “sanador”.

Al rato, Lev Lvovich se  dirigió a mi y me pidió que dijera, para mi anfitrión, las palabras del Padre  Nuestro de la forma como yo las había recitado a mis pacientes. Así lo hice,más bien cohibido.

“¿Es usted inglés?”, preguntó  mi anfitrión, en inglés.

“Si” respondí. “Por favor,diga su Padre Nuestro de nuevo”. Hablaba el inglés mejor que el ruso, casi  correctamente y con menos acento.

Entonces repetí el  “encantamiento”.

“Muy, pero muy  in-te-re-san-te,” dijo, observándome con tanta atención que me vi obligado a desviarla mirada. Advertí que Lev me observaba cuando se disponía a jugar una partida  de ajedrez con el hombre de los ojos sesgados. Me hizo una señal con la cabeza,con una mirada que daba la impresión que debiera prestar una especial atencióna todo lo que dijera nuestro huésped.

Continuamos hablando en inglés, y la conversación –que tengo razones suficientes para recordar- se desarrolló de la manera siguiente. La reconstruyo de la mejor manera posible guiándome por los apuntes tomados en aquel momento.

“¿Quién le enseño a rezar así el Padre Nuestro?”

“Nadie. Sólo se me ocurrió hacerlo así”.

“Diga la oración completa, de la misma forma”.

Así lo hice, balbuceando una o dos veces. 

“¡Usted la interrumpió! Dijo las primeras frases sin  detenerse, pero entonces tomó aire. Eso es incorrecto.  Esta es la manera  como el Padre Nuestro debería decirse. Escuche y observe”. 

Puso sus manos sobre las piernas, fijó la mirada en mí, y comenzó a respirar lenta y profundamente, reteniendo el aire unos  momentos, sin moverse. Había mucha tranquilidad en la habitación. Lev Lvovich y  el otro hombre estaban absortos en su juego. Parecían pertenecer a otro mundo.Yo sentía que estaba entrando en uno nuevo.

 

*Una nota musical grave, baja y plena como un sol por  debajo del do central comenzó a sonar en el lugar, un sonido puro y seco, asardinado  por las telas. Mi anfitrión había comenzado a cantar el Padre Nuestro. Las palabras surgían lenta y suavemente, las sílabas brotaban en forma  equidistante y pareja, en el fluir de la nota. Las consonantes, apenas sonaban  lo suficiente para articular las palabras. De principio a fin no había  interrupción, ni vacilación, ni descanso para respirar, ni variación en el  tono; era un sonido único, integral y retenido, que le impartía a la oración un  significado más profundo que las propias palabras. El “amén” –pronunciado, por  supuesto,“aaa-meen”- se alargaba hasta lo inaudible de una manera tal que  fundía la nota musical que se apagaba, con el silencio que le seguía. Cantado  lentamente, de un solo aliento, parecía durar un tiempo muy largo*.

Embelesado, me senté lleno de  expectativas. El sonido de la nota cantada tenía un efecto penetrante y  singular. Me sentía como si aquello hubiera entrado en mí. Poco después dijo: “SE DA CUENTA, AUNQUE LAS PALABRAS TENGAN  UN SIGNIFICADO PROFUNDO, ESTO NO ES LO MÁS IMPORTANTE. INCLUSO HAY DUDAS DE QUE  LAS PALABRAS NOS HAYAN SIDO TRANSMITIDAS CORRECTAMENTE.  LAS VERSIONES  DIFIEREN Y SE INTRODUCEN MATICES EN LA TRADUCCIÓN. LO MÁS IMPORTANTE DEL PADRE NUESTRO ES QUE NOS PROPORCIONA UNA MEDIDA CONVENIENTE DE UN SOLO Y ENTRENADO  ALIENTO”.

Me encontraba perplejo. “¿Qué tiene que ver el aliento  con esto?”

Su respuesta fue larga. Sólo puedo transmitir a medias  lo que me dijo. El Padre Nuestro, decía siempre refiriéndose a él como a“su Oración de nuestro Señor”,  era originalmente “un ejercicio  devocional de  respiración para ser cantado de un solo aliento llano”. Esto mismo se aplicaba  a otras oraciones antiguas compuestas en Oriente en un pasado lejano. Beneficios sutiles de gran valor, decía, se derivan de las vibraciones  producidas por la entonación correcta, mentalmente polarizada por las palabras  de las oraciones. Para entonarlas de la manera como estaban destinadas a serlo,debe prestarse igual atención a los tres elementos: el aliento, el sonido y las  palabras. En la religión moderna de Occidente, que ha degenerado en un  formalismo institucional sin remedio, se toman las palabras por los hechos. “He  estado en muchas iglesias de Inglaterra y Norteamérica”, dijo mi anfitrión  misterioso, “y siempre escuché a  la congregación mascullar el Padre Nuestro,todo corrido, en un gruñido confuso, como si el mero murmullo repetido de la  fórmula fuese lo requerido.

¿Ha leído usted sus  Escrituras?” Le conté que me habían hecho tragar la Biblia cuando niño y por consiguiente, hubo momentos en que estuve a punto de odiarla.

“Es mejor odiar algo, que serle indiferente”, replicó.  “Eso significa que puede llegar a quererlo  cuando lo comprenda correctamente”. “Mi padre fue clérigo”, expliqué.

“¡Oh! Tuvo un mal comienzo.Uno no espera que los sacerdotes comprendan la Biblia. Ellos se aferran al  texto. Usted notará que aunque  Jesús abiertamente dictó las palabras de su oración modelo, cuando quiso  mostrar cómo debían pronunciarse –la parte más importante del ejercicio-, LLEVÓ  A UNOS POCOS DISCÍPULOS ELEGIDOS A UN SITIO APARTADO Y LES DIO INSTRUCCIONES  ESPECIALES. Eso nunca se dijo, no quedó registrado”.

“¿Por qué no?”

“NO PUEDE SER REGISTRADO. ES UN ASUNTO INDIVIDUAL. NO  IMPORTA LO SEMEJANTES QUE PODAMOS SER EN LAS APARIENCIAS, TODOS ESTAMOS  CONSTRUIDOS MÁS O MENOS DIFERENTES UNOS DE OTROS. TIENE MUCHO QUE VER CON LA  MANERA COMO UN HOMBRE RESPIRA, Y NO HAY DOS PERSONAS QUE LO HAGAN EXACTAMENTE  DE LA MISMA MANERA.  Se tenía que enseñar a respirar a cada uno de los  discípulos, y luego a encontrar la nota y el tono correspondiente a sí mismo  con lo cual la entonación logra el mejor efecto”.

“Pero, ¿acaso la naturaleza no nos enseña a respirar?” repliqué.

RESPONDIÓ QUE LA NATURALEZA, POR SUPUESTO, NOS OBLIGA  A RESPIRAR; VIVIMOS POR LA RESPIRACIÓN, PERO HABITUALMENTE DESEMPEÑAMOS DICHA  FUNCIÓN DE UN MANERA LIMITADA, SIN ESTUDIARLA, SÓLO LO SUFICIENTE COMO PARA  MANTENER UNIDOS EL CUERPO Y EL ALMA. Inclusive los cantantes y los atletas  solamente estudian la respiración adaptada a su actividad  particular.  

 

“También nos ponemos en cuatro patas y gateamos, hacemos ruidos, y realizamos muchos actos sin instrucción especial, pero para caminar, hablar y cantar necesitamos aprender. Sin embargo, nadie piensa que es  necesario enseñar a los niños a respirar –es decir, nadie, aparte de ciertos  círculos reducidos.  Se vincula una técnica a cada cosa antes de poder hacerse  con mejor provecho, y esto es especialmente cierto en relación al aliento de la  vida, aunque muy poca gente se de cuenta”.

Insistí en que la respiración  era una función tan natural como la digestión, o la circulación de la sangre, y  mientras más permitamos que estas cosas funciones por sí solas, mucho mejor.“Además”, dije, “la oración no es una cuestión física, es espiritual”.

“¿Dónde está la frontera?” replicó.

“Si la oración no tiene que ver con las funciones  físicas, ¿Por qué todas las grandes religiones, incluyendo aquellas que se  fundamentan en su Biblia, insisten en asociar la oración con el ayuno?”. Me sentí perplejo ante ese comentario.  “Así que la oración en su más alto  nivel pareciera después de todo tener algo que ver con la digestión, e incluso  con la calidad y la circulación de la sangre”.  Este pensamiento  revolucionario necesitaba ser digerido. Cambié de tema.

“¿Porqué es necesario que la oración sea entonada?

¿Porqué no se puede simplemente recitar?” 

POR TODA RESPUESTA ÉL DESCUBRIÓ SU PODEROSO PECHO Y, TOMANDO MI MANO, DIJO: “PONGA SU DEDO AQUÍ”. COLOQUÉ LA PUNTA DE LOS DEDOS,COMO ÉL ME INDICABA, EN LA BASE DE SU PECHO. TOMÓ UNA BOCANADA DE AIRE  PROFUNDAMENTE Y COMENZÓ A ENTONAR APROXIMADAMENTE LA MISMA NOTA DE ANTES. PODÍA  SENTIR SU TORSO ENTERO VIBRANDO, Y LA VIBRACIÓN ME ERA TRANSMITIDA COMO UNA  SUAVE CORRIENTE ELÉCTRICA.

Retiré mis dedos, y después de un breve intervalo,dije: “Usted no articuló palabras, cantó un solo sonido, ‘O’, y luego continuó  con una ‘M’”. 

“Nada se le escapa”, se rió entre dientes, animándome.

“Este es un ejercicio con el cual se puede empezar.

¿Le gustaría tratar? Cante la palabra home”. Deslicéla punta de los dedos dentro de mi camisa, colocándolas justo en el esternón, y  empecé a cantar, pero, ¡qué diferente había sido el efecto cuando lo hice con  él!  Sólo podía sentir una vibración débil, al mismo tiempo que mi entonación sonaba como un gruñido quebrado.

“No importa”, dijo amablemente.  “Le enseñaré como  practicar, y al cabo de pocos años si usted se aplica, obtendrá resultados”.

“¿Años?” Exclamé desanimado.

“Bueno, ¿cuántos años toma adquirir pericia en  música?  La oración es un arte al igual que la música, la pintura, la  actuación o la escultura y, cuando menos, posee el mismo grado de dificultad. Algunos tardan toda una vida en aprender”.

“¡Toda una vida! ¿De qué sirve aprender al final de  una vida?”

“Joven”, me dijo con seriedad, “mucho de lo que le  digo ahora sólo lo podrá comprender a cabalidad  más adelante. RECUERDE  ESTO, REZAR ES UN ARTE, Y EN EL ARTE NO HAY UNA META FINAL. SIEMPRE SE PUEDE IR  MÁS ALLÁ. Es un viaje de descubrimiento infinito y, como sucede en tales  viajes, lo que se adquiere en la marcha a menudo es tan valioso como lo que se  encuentra al final del camino”.

Dio una palmada y entró uncriado, le dio una orden, y el criado regresó con una bandeja surtida dezakuski y bebidas. Mi anfitrión llenó dos copas. “Pruebe mi fórmula” dijo,“¡mucho mejor que el whisky!. ¡Brindo por nosotros!”

Vació su copa al estilo ruso,y para no quedarme atrás, yo hice lo mismo. Menos mal que yo tenía práctica –el  brebaje era potente. Apuntando con el pulgar a Lev Lvovich y su compañero,dijo: “Esos dos vejestorios se han quedado atascados en su juego. ¡Vamos a  tomarnos otro!”.

Después de una segunda copa  llamó a los dos hombres, quienes interrumpieron su juego para reunirse con  nosotros. La conversación, inevitablemente, nos apartó, pues el hombre de los  ojos sesgados hablaba muy poco ruso y nada de inglés, de manera que yo no pude  hablar con él, y así, los tres conversaron entre ellos en su propia lengua. Lev me hablaba en ruso, mientras mi anfitrión prefería el inglés. Cuentos subidos  de tono formaban parte de la conversación. Mi anfitrión me traducía con gusto  algunos de ellos. Me sabía uno o dos, que él también tradujo con gran  beneplácito.

Después de la cena, LevLvovich y su compañero reanudaron la partida, y mi anfitrión dijo: “Le cantaré  algunas canciones orientales”. Dio una palmada y el criado le trajo una especie  de guitarra con la que tocó quejumbrosas tonadas orientales, a veces tarareando,otras cantando suavemente con un exquisito timbre de barítono.

“¿En que idioma está usted  cantando?”, pregunté. “En la lengua de los páramos rocosos de los montes  inaccesibles”, dijo.

Al cabo de un rato los otros  finalizaban la partida, y después de varios tragos más Lev dijo que era hora deirse.

“¿Volverá?” dijo mi anfitrión.

“Me gustaría muchísimo”.

“Lev Lvovich lo traerá”, dijo,y se levantó del diván para acompañarnos hasta la puerta. Entonces noté que era de contextura robusta y de mediana estatura.  Al despedirnos, su apretón  de manos fue cálido y fuerte. Salimos como entramos, atravesando la puerta quedaba al primer apartamento y posteriormente a la angosta callejuela por donde llegamos.La ciudad dormía. Nuestras pisadas se amortiguaban sobre una delgada capa de  nieve. Pequeños copos caían en silencio centelleando bajo el resplandor de los  faroles.

“¿Entonces?”, preguntó Lev,“¿Qué te pareció el Príncipe?”

“¿El Príncipe?”

“Nosotros lo llamamos elPríncipe”.

“¿Qué Príncipe? ¿Acaso es un  príncipe?”

Lev Lvovich vaciló. “Llámalo  Príncipe Ozay”, dijo él.

“Pero su nombre no importa.¿Qué te pareció?” No podía encontrar palabras para expresarlo que sentía, y  atiborré a Lev de preguntas sobre él. Sin embargo, no agregó nada –sólo dijo  que volveríamos próximamente.

Regresamos varias veces. Al  principio estaba tan intrigado por la verdadera identidad del “Príncipe Ozay”como por sus palabras y acciones –curiosidad natural de la juventud. ¿Quién era  él? ¿Por qué tanto misterio? Todavía no lograba librarme de las inhibiciones de  una sociedad escéptica que exige requisitos convencionales como garantía de  autoridad. Pero había visto en Lev Lvovich que tales requisitos le  importaban muy poco. Desde entonces he podido observar que frecuentemente  conducen a conclusiones erróneas. Hay abundancia de tontos con títulos  académicos. Tenía razones para pensar que mi extraño anfitrión era, al menos  nominalmente, musulmán a parsi. Siempre habló de la Biblia como “sus”Escrituras, pero fuese él turco, tártaro, teutón o tibetano; fuese su profesión  la de calderero, sastre, soldado, marinero o vagabundo; fuese su reclusión  voluntaria, forzada, o el resultado de motivos políticos, sociales, comerciales  o religiosos.

¿Qué importancia tendría todo esto, mientras yo pudiera recoger algo que  necesitara y que él a su vez estaba deseoso de compartir? Él era un hombre  bastante sabio, que había viajado mucho, con su conocimiento profundo de las  religiones comparadas y de la filosofía –no sólo de la universitaria, sino dela filosofía de la vida- de las que hablaba en términos tan poco convencionales  que sería difícil transmitirlas, tan salpicadas como estaban de comentarios  incesantes sobre eventos y anécdotas de todo tipo.  Me fue difícil  registrar más de una fracción de lo que él decía. En cuanto a su profesión  formal, por lo que se veía, bien podía ser un mercader o un cacique de alguna  tribu rebelde, o un periodista, o (como por un momento llegué a sospechar) un  visitante de la capital rusa en alguna misión religiosa. Nunca lo averigüé, y  como no era asunto mío, no permití que me siguiera molestando demasiado. Lev  Lvovich siempre se refirió a él con el más profundo respeto. Me acompañó en  todas las visitas. Fuimos recibidos siempre de la misma forma misteriosa,entrando por el apartamento trasero, y permanecíamos allí hasta las tres de la  madrugada.  El hombre de los ojos sesgados y de la barba de perilla era la  única otra persona que estaba allí, exceptuando el criado, un mulato, que traía  la comida y las bebidas. El Príncipe Ozay amaba la música y se interesó en  mí no sólo por mis experimentos de curación sino también por venir de tan  lejos, de Inglaterra, a estudiar en el Conservatorio Ruso. Era el aspecto  musical de lo que planteaba –cantar de un solo aliento- lo que más me cautivó,pero muy pronto descubrí que esto se vinculaba inexplicablemente con el resto–la física, la medicina, la filosofía. Pero él no era siempre fácil de  descifrar.  Como norma era provocativamente evasivo, hasta que yo emitiera  algún comentario inusual o desafiante.

Un ejemplo. Véanme una vez más sentado con las piernas  cruzadas frente a él –un chela a los pies de su guru, imagino que algunos prefieren  esto a las palabras “alumnos” y “maestro”que no dan la talla (de esos hay  muchos). Mi guru es con certeza divino –en el mejor sentido, lo que significa  enteramente humano y su primera pregunta no es sobre el alma del chela sino  sobre sus calcetines. Pero esta vez vine preparado–tengo calcetines nuevos.“¿No hay agujeros de ventilación? ¡Qué lástima!… Espero la ocasión y  digo abruptamente con la boca media llena: “Príncipe, si el Padre Nuestro está  ligado al ayuno, por qué dice: «Danos hoy nuestro pan de cada día»?Ese era el tipo de comentario que él estaba esperando.  

“Usted se equivoca. No es con el Padre Nuestro que  está ligado el ayuno, sino con el descubrimiento de la nota en la cual tales  oraciones deben ser cantadas.  Sin ayunar no se puede descubrir el Nombre”.

“¿Qué nombre?”

“Bueno, cuando usted dice ‘santificado sea tu Nombre’,¿qué quiere decir?”

Tuve que confesar que nunca me había detenido a pensar  en esto.

“En su Iglesia nadie piensa en esto. Eluden la  pregunta diciendo que es el nombre de ‘Dios’ y hasta ahí llegan. Sin embargo, la clave está es sus Escrituras: ‘En el principio era el Nombre y el Nombre  estaba con Dios y el Nombre era Dios”. 

“En el principio era la Palabra, no el Nombre”, corregí.

“Logos, si quiere discutir”, replicó.  “De hecho, cuando aún no existía ningún lenguaje no podían existir palabras ni tampoco  nombres en el sentido ordinario”.

“ENTONCES, ¿QUÉ ERA EL LOGOS?”

“UN SONIDO. EL PRIMER SONIDO. EL  SONIDO MÁS PROFUNDO. LO QUE PODRÍA LLAMARSE LA NOTA TÓNICA DEL MUNDO”.

“¿Un sonido que podemos escuchar?”

“SENTIR. NO OÍR EN EL SENTIDO ORDINARIO. EL SONIDO MÁS  PENETRANTE ES INAUDIBLE, DE LA MISMA MANERA QUE LA LUZ MÁS PENETRANTE ES  INVISIBLE. PERO MEDIANTE ENTRENAMIENTO UNO PUEDE PRODUCIR UN ECO AUDIBLE DEL  SONIDO PORQUE CADA OCTAVA ES UNA RÉPLICA A UN NIVEL DIFERENTE DE CUALQUIER OTRA  OCTAVA, COMO TODO EL MUNDO SABE. LA FUNCIÓN DE LA ORACIÓN NO ES ROGAR O ALABAR, SINO AFINAR”.

 

“¿Afinar qué?”

“El cuerpo. O el alma, si usted prefiere esa  metáfora”. (A menudo usaba esta expresión, “cuerpo – o alma si usted prefiere la  metáfora”). “USTED ES UN INSTRUMENTO MUSICAL AL IGUAL QUE UN PIANO, Y NECESITA  MANTENERSE AFINADO. ES AHÍ DONDE INTERVIENEN EL AYUNO Y OTROS EJERCICIOS; USTEDES INCAPAZ DE RECIBIR Y DEVOLVER VIBRACIONES FINAS CUANDO SU CUERPO –O ALMA, SILO PREFIERE- ESTÁ SOBRECARGADO DE ALIMENTOS RESONANDO EN EL ESTÓMAGO, O  MIENTRAS LA SANGRE RETUMBA EN LAS VENAS Y EN LAS ARTERIAS”.

“¿La sangre? ¿Retumbando?”

“Como una cascada. No se puede oír cuando se está  siempre escuchando hacia fuera. Uno tiene que escuchar hacia adentro –y eso, de por sí, es un arte. Mientras sus principales vías de comunicación estén llenas  del ruido de ese tráfico interior, ¿cómo puede esperar oír algo?”

“Entonces, ¿para qué  atiborrarse de comida ahora?” Dije esto con un genuino desaliento, poniendo mi  tenedor y cuchillo sobre la mesa. Mi gesto fue de tal franqueza que logró que  él estallara de la risa. Se detuvo para contarle a Lev Lvovich y al otro hombre  lo que yo acababa de decir. Lev me miró benévolamente como preguntándose si me  estaría afectando demasiado el comportamiento de nuestro anfitrión. No  obstante, yo estaba seguro de que lo único que me quedaba por hacer era  esperar.

“¡Escuche, joven! ¿Cuántas asignaturas estudia usted  en el Conservatorio?”

Las enumeré: piano, armonía, contrapunto, orquestación, dirección orquestal, historia de la música, estética, etc.

“Sin embargo, ¿no es verdad que, entre todas, conforman un todo?” prosiguió. “Bueno, es exactamente lo mismo con el arte dela oración. El aficionado piensa que puede hacerlo al igual que un aficionado  que hace música, a través de una especie de ‘instinto’, o siguiendo los  dictados de su ‘alma’, o algún disparate por el estilo, cuando es precisamente  el ‘alma’ la que necesita ser dirigida. El ‘alma’, o sentimiento, como debería  ser llamado, penetra la música; pero, no obstante, el conocedor sabe que, para  ser perfecta, la música más conmovedora requiere una técnica entrenada”. “El ayuno es un tributario del arte de la oración”, prosiguió, “pero también es  un arte en sí mismo y no necesita ser estudiado de forma sistemática, no de  manera fortuita o superficial”.

LA RESPIRACIÓN TAMBIÉN ES UN ARTE, decía, igual que el  sexo. “Nadie –en quien el sexo sea débil o no desarrollado o desequilibrado o  anormal- puede esperar jamás afinarse a la perfección”.

“¿Y que me dice del celibato?”, le pregunté.  “En  ciertas etapas del entrenamiento, el celibato temporal es tan esencial como el  ayuno”, replicó, “pero sería estúpido hacer del ascetismo un fin en sí mismo.El fanático que se convierte en célibe permanente es como el músico que pasa  toda su vida haciendo un mismo ejercicio”.

“DIOS NO SE ALCANZA POR MEDIO DE LA ACTIVIDAD, SINO  MÁS BIEN A TRAVÉS DEL CESE DE TODA ACTIVIDAD. El cese, hasta el mayor límite  posible, de dieta, respiración y sexo. Estos son los tres pilares sobre los que  se edifica la oración. Cada uno tiene que ser entrenado y disciplinado por larestricción–no existe otra manera de hacerlo pues todos son caballos  desbocados. SÓLO CUANDO EL TERRENO ESTÁ LIMPIO SE PUEDE COMENZAR UNA VERDADERA CONSTRUCCIÓN.SOLAMENTE DESDE ALLÍ SE PUEDE ACTUAR CONCIENTEMENTE. DECIR QUE LA ORACIÓNES‘  MENTAL’ O ‘ESPIRITUAL’ SERÍA ELUDIR EL ASUNTO. LA ORACIÓN ES FISIOLÓGICA.Sus Escrituras mismas lo dan a entender, pero el formalismo le ha tapado los  oídos a la mayoría de sus sacerdotes para que no comprendan, y la vista  también, para que no perciban”. 

Mucho de lo que él dijo  estaba muy por encima de mi entendimiento en aquel momento y solo llegue a  comprenderlo después. Él debe haber notado la expresión de desaliento que aveces me invadía, ya que repitió más de una vez: “Joven, recuerde lo que le dije acerca deque éste es un viaje de  descubrimientos. Hay tanto por aprender a lo largo del camino como al final, y  unos cuantos pasos son mejores que ninguno, aunque tropiece”.

Las interpretaciones del  Príncipe Ozay me abrieron perspectivas inesperadas e ilimitables. Lo más  importante para mi entonces era que el Evangelio bíblico debía estudiarse de  una manera absolutamente diferente de la que me había sido inculcada durante la  infancia. Tenía un significado que sólo mediante una búsqueda diligente podía  descubrirse; para atesorarlo, porque la clave de su aplicación se basaba en las  cosas simples prácticas de la vida cotidiana, empezando antes que nada con el  entrenamiento del cuerpo físico, hasta convertirlo en templo apropiado para el  espíritu.

Visto no solamente como un libro abierto sino como  algo para lo cual era necesario encontrar una clave, el Evangelio se  convertía así en algo intensamente personal, libre de cualquier tipo de dogma: un  mensaje viviente, con la oración del Padre Nuestro como emblema y las parábolas  como ejemplo. “Busca y encontrarás”, sonaba como una clarinada penetrante  salida de las profundidades, un reto al esfuerzo y la aventura, un llamado para  hacer y arriesgar, en primer lugar con uno mismo.

El Príncipe Ozay me animaba a  ensayar la composición de mis propias oraciones de un solo aliento como  ejercicios, tomando al Padre Nuestro como medida de duración, para ser cantado  de la misma manera, en la nota adecuada más profunda, cada vez de un solo y  firme aliento. Compuse un cierto número de tales oraciones, de las cuales la  que sigue, con la que él estuvo muy complacido, fue la primera:

“Señor de la Vida, cuyo poder  omnipotente habita hasta en la más ínfima célula de este cuerpo, manifiesta Tu  gloria aquí dentro, hasta la perfección plena. Permite que esas fuerzas  radiantes que llenan Tu universo me purifiquen y me eleven, y que a través de la  observación gozosa de Tus leyes pueda adquirir la fuerza divina y la salud, y  de esta manera consagrarme a Tu servicio por el resto de mis días”. 

El  canto de las oraciones en esta manera especial, decía Ozay, era practicada en  la Iglesia Cristiana primigenia, que la había heredado de los antiguos  egipcios, de los caldeos, de los brahmanes y de otras tradiciones del Oriente,donde se le conocen como la ciencia del Mantra. Este aspecto esotérico del  Cristianismo se había perdido en la Iglesia occidental desde hace siglos. La  estandarización de credos y dogmas tendió a extinguirlo, y el uso de órganos en  las Iglesias precipito la declinación del canto mántrico. Una reminiscencia, prueba de que existió en la antigüedad, perdura en  la costumbre de entonar oraciones en una sola nota. PERO EL ARTE DE LA  RESPIRACIÓN QUE LO CONTROLABA APROPIADAMENTE SE HA PERDIDO POR COMPLETO. No  queda más que un desalentado y deprimente zumbido monótono que hace de cada  oración un lamento. (…)

 

Una interpretación perdida del Padre Nuestro.
Relato de algunos encuentros con G. I. Gurdjieff.
Por Sir Paul Dukes.

 

Compartir:

2 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*