(En medio del auge cultural y la agitación intelectual de la Rusia pre-revolucionaria, un joven inglés estudiante de música se lanza a una aventura espiritual. Conducido por una ruta sinuosa hasta llegar a un apartamento retirado, decorado con tapices orientales, conoce allí al misterioso»PRÍNCIPE OZAY». La experiencia que se le revela centra al joven estudiante en la vida interior del hombre y en una asombrosa interpretación de la oración del Padre Nuestro mediante una técnica que funde la oración, la música y la respiración a fin de tocar las más secretas profundidades del alma.)
Desde la antigüedad nos llegan ceremonias, ritos y oraciones. Sin embargo, a menudo surge el sentimiento de que “algo” falta, algo que nos permitiría establecer una relación dinámica con este material, una clave que nos llevaría a ser tocados de nuevo por estas tradiciones de acuerdo a su intención inicial.
Lo que sigue es una indicación de lo que es posible.(…)
La partida de ajedrez terminó muy pronto, en medio de una discusión presumiblemente sobre cómo el perdedor debió jugar en el momento crítico. Aparentemente había ganado el hombre del turbante.Volteó la cara y al verme, dijo, como si yo hubiese estado allí toda la noche:“¿Juega?” hablaba ruso con un marcado acento. “No muy bien”, conteste,“pero me gusta”. En respuesta hizo un gesto invitándome a ocupar el puesto del contrincante anterior, quien se puso de pie para cederme su lugar, y comenzó a charlar animadamente con Lev Lvovich.
“Quítese los zapatos, si desea estar más cómodo”, dijo mi anfitrión.
Así lo hice, avergonzándome al descubrir que tenía un agujero en uno de mis calcetines. Traté de ocultarlo cuando crucé la pierna, pero para mi bochorno, él ya se había dado cuenta y, sonriendo, dijo: “¿Es partidario de la ventilación? Muy bien… -¡nada como el aire fresco!… ¿Blancas o negras?”- y extendió ambos puños cerrados con los dos peones. Cuando escogí el blanco me di cuenta de que la otra mano también contenía uno blanco.
Ahora, sentado frente a él podía ver que sus ojos oscuros, cuyo resplandor me atravesaba, eran a la vez compasivos y de un humor chispeante. Yo estaba agitado, pero de ninguna manera me sentía calificado para ser su contrincante. Me ganó fácilmente. “Nichevo –no importa”, dijo. “Espero que tenga muchas ocasiones de tomar la revancha”. Hizo una leve inclinación de cabeza, abriendo sus manos para indicar que sería recibido.
Luego, una larga conversación tuvo lugar entre los tres hombres. Por sus ademanes deduje que Lev Lvovich contaba a los otros dos mis experimentos en curación mediante la oración del Padre Nuestro. Durante el último verano visite a menudo una pequeña aldea cercana a la residencia de un rico terrateniente a cuyos hijos daba clases. Un día, uno de los ancianos de la aldea me rogó que ayudara a su esposa, quien se mantenía en cama con fiebre muy alta desde hacía ya tres semanas. Me sentí totalmente impotente porque ninguno de nosotros tenía dinero para un médico. Finalmente, accediendo a sus súplicas, lo acompañé a su casa. De pie, ante la mujer enferma de gravedad, lo único que se me ocurrió fue rezar en voz alta por su recuperación –recitando el Padre Nuestro, una y otra vez, en inglés, una de las pocas oraciones que recordaba. Sorpresa y turbación me sobrevinieron al notar que la fiebre se aplacó inexplicablemente. Las noticias se esparcieron por toda la aldea, y los lugareños comenzaron a implorarme que rezase de esta manera cada vez que uno de ellos se enfermara. ¿Qué sucedía?¡Mis “pacientes” mejoraban! Estaba aterrado y curioso por estas misteriosas“curaciones”. Por supuesto me alegraba que mis esfuerzos ayudaran a los aldeanos, pero fue un alivio cuando el verano, finalmente, llegó a su término conjuntamente con mi papel de “sanador”.
Al rato, Lev Lvovich se dirigió a mi y me pidió que dijera, para mi anfitrión, las palabras del Padre Nuestro de la forma como yo las había recitado a mis pacientes. Así lo hice,más bien cohibido.
“¿Es usted inglés?”, preguntó mi anfitrión, en inglés.
“Si” respondí. “Por favor,diga su Padre Nuestro de nuevo”. Hablaba el inglés mejor que el ruso, casi correctamente y con menos acento.
Entonces repetí el “encantamiento”.
“Muy, pero muy in-te-re-san-te,” dijo, observándome con tanta atención que me vi obligado a desviarla mirada. Advertí que Lev me observaba cuando se disponía a jugar una partida de ajedrez con el hombre de los ojos sesgados. Me hizo una señal con la cabeza,con una mirada que daba la impresión que debiera prestar una especial atencióna todo lo que dijera nuestro huésped.
Continuamos hablando en inglés, y la conversación –que tengo razones suficientes para recordar- se desarrolló de la manera siguiente. La reconstruyo de la mejor manera posible guiándome por los apuntes tomados en aquel momento.
“¿Quién le enseño a rezar así el Padre Nuestro?”
“Nadie. Sólo se me ocurrió hacerlo así”.
“Diga la oración completa, de la misma forma”.
Así lo hice, balbuceando una o dos veces.
“¡Usted la interrumpió! Dijo las primeras frases sin detenerse, pero entonces tomó aire. Eso es incorrecto. Esta es la manera como el Padre Nuestro debería decirse. Escuche y observe”.
Puso sus manos sobre las piernas, fijó la mirada en mí, y comenzó a respirar lenta y profundamente, reteniendo el aire unos momentos, sin moverse. Había mucha tranquilidad en la habitación. Lev Lvovich y el otro hombre estaban absortos en su juego. Parecían pertenecer a otro mundo.Yo sentía que estaba entrando en uno nuevo.
*Una nota musical grave, baja y plena como un sol por debajo del do central comenzó a sonar en el lugar, un sonido puro y seco, asardinado por las telas. Mi anfitrión había comenzado a cantar el Padre Nuestro. Las palabras surgían lenta y suavemente, las sílabas brotaban en forma equidistante y pareja, en el fluir de la nota. Las consonantes, apenas sonaban lo suficiente para articular las palabras. De principio a fin no había interrupción, ni vacilación, ni descanso para respirar, ni variación en el tono; era un sonido único, integral y retenido, que le impartía a la oración un significado más profundo que las propias palabras. El “amén” –pronunciado, por supuesto,“aaa-meen”- se alargaba hasta lo inaudible de una manera tal que fundía la nota musical que se apagaba, con el silencio que le seguía. Cantado lentamente, de un solo aliento, parecía durar un tiempo muy largo*.
Embelesado, me senté lleno de expectativas. El sonido de la nota cantada tenía un efecto penetrante y singular. Me sentía como si aquello hubiera entrado en mí. Poco después dijo: “SE DA CUENTA, AUNQUE LAS PALABRAS TENGAN UN SIGNIFICADO PROFUNDO, ESTO NO ES LO MÁS IMPORTANTE. INCLUSO HAY DUDAS DE QUE LAS PALABRAS NOS HAYAN SIDO TRANSMITIDAS CORRECTAMENTE. LAS VERSIONES DIFIEREN Y SE INTRODUCEN MATICES EN LA TRADUCCIÓN. LO MÁS IMPORTANTE DEL PADRE NUESTRO ES QUE NOS PROPORCIONA UNA MEDIDA CONVENIENTE DE UN SOLO Y ENTRENADO ALIENTO”.
Me encontraba perplejo. “¿Qué tiene que ver el aliento con esto?”
Su respuesta fue larga. Sólo puedo transmitir a medias lo que me dijo. El Padre Nuestro, decía siempre refiriéndose a él como a“su Oración de nuestro Señor”, era originalmente “un ejercicio devocional de respiración para ser cantado de un solo aliento llano”. Esto mismo se aplicaba a otras oraciones antiguas compuestas en Oriente en un pasado lejano. Beneficios sutiles de gran valor, decía, se derivan de las vibraciones producidas por la entonación correcta, mentalmente polarizada por las palabras de las oraciones. Para entonarlas de la manera como estaban destinadas a serlo,debe prestarse igual atención a los tres elementos: el aliento, el sonido y las palabras. En la religión moderna de Occidente, que ha degenerado en un formalismo institucional sin remedio, se toman las palabras por los hechos. “He estado en muchas iglesias de Inglaterra y Norteamérica”, dijo mi anfitrión misterioso, “y siempre escuché a la congregación mascullar el Padre Nuestro,todo corrido, en un gruñido confuso, como si el mero murmullo repetido de la fórmula fuese lo requerido.
¿Ha leído usted sus Escrituras?” Le conté que me habían hecho tragar la Biblia cuando niño y por consiguiente, hubo momentos en que estuve a punto de odiarla.
“Es mejor odiar algo, que serle indiferente”, replicó. “Eso significa que puede llegar a quererlo cuando lo comprenda correctamente”. “Mi padre fue clérigo”, expliqué.
“¡Oh! Tuvo un mal comienzo.Uno no espera que los sacerdotes comprendan la Biblia. Ellos se aferran al texto. Usted notará que aunque Jesús abiertamente dictó las palabras de su oración modelo, cuando quiso mostrar cómo debían pronunciarse –la parte más importante del ejercicio-, LLEVÓ A UNOS POCOS DISCÍPULOS ELEGIDOS A UN SITIO APARTADO Y LES DIO INSTRUCCIONES ESPECIALES. Eso nunca se dijo, no quedó registrado”.
“¿Por qué no?”
“NO PUEDE SER REGISTRADO. ES UN ASUNTO INDIVIDUAL. NO IMPORTA LO SEMEJANTES QUE PODAMOS SER EN LAS APARIENCIAS, TODOS ESTAMOS CONSTRUIDOS MÁS O MENOS DIFERENTES UNOS DE OTROS. TIENE MUCHO QUE VER CON LA MANERA COMO UN HOMBRE RESPIRA, Y NO HAY DOS PERSONAS QUE LO HAGAN EXACTAMENTE DE LA MISMA MANERA. Se tenía que enseñar a respirar a cada uno de los discípulos, y luego a encontrar la nota y el tono correspondiente a sí mismo con lo cual la entonación logra el mejor efecto”.
“Pero, ¿acaso la naturaleza no nos enseña a respirar?” repliqué.
RESPONDIÓ QUE LA NATURALEZA, POR SUPUESTO, NOS OBLIGA A RESPIRAR; VIVIMOS POR LA RESPIRACIÓN, PERO HABITUALMENTE DESEMPEÑAMOS DICHA FUNCIÓN DE UN MANERA LIMITADA, SIN ESTUDIARLA, SÓLO LO SUFICIENTE COMO PARA MANTENER UNIDOS EL CUERPO Y EL ALMA. Inclusive los cantantes y los atletas solamente estudian la respiración adaptada a su actividad particular.
“También nos ponemos en cuatro patas y gateamos, hacemos ruidos, y realizamos muchos actos sin instrucción especial, pero para caminar, hablar y cantar necesitamos aprender. Sin embargo, nadie piensa que es necesario enseñar a los niños a respirar –es decir, nadie, aparte de ciertos círculos reducidos. Se vincula una técnica a cada cosa antes de poder hacerse con mejor provecho, y esto es especialmente cierto en relación al aliento de la vida, aunque muy poca gente se de cuenta”.
Insistí en que la respiración era una función tan natural como la digestión, o la circulación de la sangre, y mientras más permitamos que estas cosas funciones por sí solas, mucho mejor.“Además”, dije, “la oración no es una cuestión física, es espiritual”.
“¿Dónde está la frontera?” replicó.
“Si la oración no tiene que ver con las funciones físicas, ¿Por qué todas las grandes religiones, incluyendo aquellas que se fundamentan en su Biblia, insisten en asociar la oración con el ayuno?”. Me sentí perplejo ante ese comentario. “Así que la oración en su más alto nivel pareciera después de todo tener algo que ver con la digestión, e incluso con la calidad y la circulación de la sangre”. Este pensamiento revolucionario necesitaba ser digerido. Cambié de tema.
“¿Porqué es necesario que la oración sea entonada?
¿Porqué no se puede simplemente recitar?”
POR TODA RESPUESTA ÉL DESCUBRIÓ SU PODEROSO PECHO Y, TOMANDO MI MANO, DIJO: “PONGA SU DEDO AQUÍ”. COLOQUÉ LA PUNTA DE LOS DEDOS,COMO ÉL ME INDICABA, EN LA BASE DE SU PECHO. TOMÓ UNA BOCANADA DE AIRE PROFUNDAMENTE Y COMENZÓ A ENTONAR APROXIMADAMENTE LA MISMA NOTA DE ANTES. PODÍA SENTIR SU TORSO ENTERO VIBRANDO, Y LA VIBRACIÓN ME ERA TRANSMITIDA COMO UNA SUAVE CORRIENTE ELÉCTRICA.
Retiré mis dedos, y después de un breve intervalo,dije: “Usted no articuló palabras, cantó un solo sonido, ‘O’, y luego continuó con una ‘M’”.
“Nada se le escapa”, se rió entre dientes, animándome.
“Este es un ejercicio con el cual se puede empezar.
¿Le gustaría tratar? Cante la palabra home”. Deslicéla punta de los dedos dentro de mi camisa, colocándolas justo en el esternón, y empecé a cantar, pero, ¡qué diferente había sido el efecto cuando lo hice con él! Sólo podía sentir una vibración débil, al mismo tiempo que mi entonación sonaba como un gruñido quebrado.
“No importa”, dijo amablemente. “Le enseñaré como practicar, y al cabo de pocos años si usted se aplica, obtendrá resultados”.
“¿Años?” Exclamé desanimado.
“Bueno, ¿cuántos años toma adquirir pericia en música? La oración es un arte al igual que la música, la pintura, la actuación o la escultura y, cuando menos, posee el mismo grado de dificultad. Algunos tardan toda una vida en aprender”.
“¡Toda una vida! ¿De qué sirve aprender al final de una vida?”
“Joven”, me dijo con seriedad, “mucho de lo que le digo ahora sólo lo podrá comprender a cabalidad más adelante. RECUERDE ESTO, REZAR ES UN ARTE, Y EN EL ARTE NO HAY UNA META FINAL. SIEMPRE SE PUEDE IR MÁS ALLÁ. Es un viaje de descubrimiento infinito y, como sucede en tales viajes, lo que se adquiere en la marcha a menudo es tan valioso como lo que se encuentra al final del camino”.
Dio una palmada y entró uncriado, le dio una orden, y el criado regresó con una bandeja surtida dezakuski y bebidas. Mi anfitrión llenó dos copas. “Pruebe mi fórmula” dijo,“¡mucho mejor que el whisky!. ¡Brindo por nosotros!”
Vació su copa al estilo ruso,y para no quedarme atrás, yo hice lo mismo. Menos mal que yo tenía práctica –el brebaje era potente. Apuntando con el pulgar a Lev Lvovich y su compañero,dijo: “Esos dos vejestorios se han quedado atascados en su juego. ¡Vamos a tomarnos otro!”.
Después de una segunda copa llamó a los dos hombres, quienes interrumpieron su juego para reunirse con nosotros. La conversación, inevitablemente, nos apartó, pues el hombre de los ojos sesgados hablaba muy poco ruso y nada de inglés, de manera que yo no pude hablar con él, y así, los tres conversaron entre ellos en su propia lengua. Lev me hablaba en ruso, mientras mi anfitrión prefería el inglés. Cuentos subidos de tono formaban parte de la conversación. Mi anfitrión me traducía con gusto algunos de ellos. Me sabía uno o dos, que él también tradujo con gran beneplácito.
Después de la cena, LevLvovich y su compañero reanudaron la partida, y mi anfitrión dijo: “Le cantaré algunas canciones orientales”. Dio una palmada y el criado le trajo una especie de guitarra con la que tocó quejumbrosas tonadas orientales, a veces tarareando,otras cantando suavemente con un exquisito timbre de barítono.
“¿En que idioma está usted cantando?”, pregunté. “En la lengua de los páramos rocosos de los montes inaccesibles”, dijo.
Al cabo de un rato los otros finalizaban la partida, y después de varios tragos más Lev dijo que era hora deirse.
“¿Volverá?” dijo mi anfitrión.
“Me gustaría muchísimo”.
“Lev Lvovich lo traerá”, dijo,y se levantó del diván para acompañarnos hasta la puerta. Entonces noté que era de contextura robusta y de mediana estatura. Al despedirnos, su apretón de manos fue cálido y fuerte. Salimos como entramos, atravesando la puerta quedaba al primer apartamento y posteriormente a la angosta callejuela por donde llegamos.La ciudad dormía. Nuestras pisadas se amortiguaban sobre una delgada capa de nieve. Pequeños copos caían en silencio centelleando bajo el resplandor de los faroles.
“¿Entonces?”, preguntó Lev,“¿Qué te pareció el Príncipe?”
“¿El Príncipe?”
“Nosotros lo llamamos elPríncipe”.
“¿Qué Príncipe? ¿Acaso es un príncipe?”
Lev Lvovich vaciló. “Llámalo Príncipe Ozay”, dijo él.
“Pero su nombre no importa.¿Qué te pareció?” No podía encontrar palabras para expresarlo que sentía, y atiborré a Lev de preguntas sobre él. Sin embargo, no agregó nada –sólo dijo que volveríamos próximamente.
Regresamos varias veces. Al principio estaba tan intrigado por la verdadera identidad del “Príncipe Ozay”como por sus palabras y acciones –curiosidad natural de la juventud. ¿Quién era él? ¿Por qué tanto misterio? Todavía no lograba librarme de las inhibiciones de una sociedad escéptica que exige requisitos convencionales como garantía de autoridad. Pero había visto en Lev Lvovich que tales requisitos le importaban muy poco. Desde entonces he podido observar que frecuentemente conducen a conclusiones erróneas. Hay abundancia de tontos con títulos académicos. Tenía razones para pensar que mi extraño anfitrión era, al menos nominalmente, musulmán a parsi. Siempre habló de la Biblia como “sus”Escrituras, pero fuese él turco, tártaro, teutón o tibetano; fuese su profesión la de calderero, sastre, soldado, marinero o vagabundo; fuese su reclusión voluntaria, forzada, o el resultado de motivos políticos, sociales, comerciales o religiosos.
¿Qué importancia tendría todo esto, mientras yo pudiera recoger algo que necesitara y que él a su vez estaba deseoso de compartir? Él era un hombre bastante sabio, que había viajado mucho, con su conocimiento profundo de las religiones comparadas y de la filosofía –no sólo de la universitaria, sino dela filosofía de la vida- de las que hablaba en términos tan poco convencionales que sería difícil transmitirlas, tan salpicadas como estaban de comentarios incesantes sobre eventos y anécdotas de todo tipo. Me fue difícil registrar más de una fracción de lo que él decía. En cuanto a su profesión formal, por lo que se veía, bien podía ser un mercader o un cacique de alguna tribu rebelde, o un periodista, o (como por un momento llegué a sospechar) un visitante de la capital rusa en alguna misión religiosa. Nunca lo averigüé, y como no era asunto mío, no permití que me siguiera molestando demasiado. Lev Lvovich siempre se refirió a él con el más profundo respeto. Me acompañó en todas las visitas. Fuimos recibidos siempre de la misma forma misteriosa,entrando por el apartamento trasero, y permanecíamos allí hasta las tres de la madrugada. El hombre de los ojos sesgados y de la barba de perilla era la única otra persona que estaba allí, exceptuando el criado, un mulato, que traía la comida y las bebidas. El Príncipe Ozay amaba la música y se interesó en mí no sólo por mis experimentos de curación sino también por venir de tan lejos, de Inglaterra, a estudiar en el Conservatorio Ruso. Era el aspecto musical de lo que planteaba –cantar de un solo aliento- lo que más me cautivó,pero muy pronto descubrí que esto se vinculaba inexplicablemente con el resto–la física, la medicina, la filosofía. Pero él no era siempre fácil de descifrar. Como norma era provocativamente evasivo, hasta que yo emitiera algún comentario inusual o desafiante.
Un ejemplo. Véanme una vez más sentado con las piernas cruzadas frente a él –un chela a los pies de su guru, imagino que algunos prefieren esto a las palabras “alumnos” y “maestro”que no dan la talla (de esos hay muchos). Mi guru es con certeza divino –en el mejor sentido, lo que significa enteramente humano y su primera pregunta no es sobre el alma del chela sino sobre sus calcetines. Pero esta vez vine preparado–tengo calcetines nuevos.“¿No hay agujeros de ventilación? ¡Qué lástima!… Espero la ocasión y digo abruptamente con la boca media llena: “Príncipe, si el Padre Nuestro está ligado al ayuno, por qué dice: «Danos hoy nuestro pan de cada día»?Ese era el tipo de comentario que él estaba esperando.
“Usted se equivoca. No es con el Padre Nuestro que está ligado el ayuno, sino con el descubrimiento de la nota en la cual tales oraciones deben ser cantadas. Sin ayunar no se puede descubrir el Nombre”.
“¿Qué nombre?”
“Bueno, cuando usted dice ‘santificado sea tu Nombre’,¿qué quiere decir?”
Tuve que confesar que nunca me había detenido a pensar en esto.
“En su Iglesia nadie piensa en esto. Eluden la pregunta diciendo que es el nombre de ‘Dios’ y hasta ahí llegan. Sin embargo, la clave está es sus Escrituras: ‘En el principio era el Nombre y el Nombre estaba con Dios y el Nombre era Dios”.
“En el principio era la Palabra, no el Nombre”, corregí.
“Logos, si quiere discutir”, replicó. “De hecho, cuando aún no existía ningún lenguaje no podían existir palabras ni tampoco nombres en el sentido ordinario”.
“ENTONCES, ¿QUÉ ERA EL LOGOS?”
“UN SONIDO. EL PRIMER SONIDO. EL SONIDO MÁS PROFUNDO. LO QUE PODRÍA LLAMARSE LA NOTA TÓNICA DEL MUNDO”.
“¿Un sonido que podemos escuchar?”
“SENTIR. NO OÍR EN EL SENTIDO ORDINARIO. EL SONIDO MÁS PENETRANTE ES INAUDIBLE, DE LA MISMA MANERA QUE LA LUZ MÁS PENETRANTE ES INVISIBLE. PERO MEDIANTE ENTRENAMIENTO UNO PUEDE PRODUCIR UN ECO AUDIBLE DEL SONIDO PORQUE CADA OCTAVA ES UNA RÉPLICA A UN NIVEL DIFERENTE DE CUALQUIER OTRA OCTAVA, COMO TODO EL MUNDO SABE. LA FUNCIÓN DE LA ORACIÓN NO ES ROGAR O ALABAR, SINO AFINAR”.
“¿Afinar qué?”
“El cuerpo. O el alma, si usted prefiere esa metáfora”. (A menudo usaba esta expresión, “cuerpo – o alma si usted prefiere la metáfora”). “USTED ES UN INSTRUMENTO MUSICAL AL IGUAL QUE UN PIANO, Y NECESITA MANTENERSE AFINADO. ES AHÍ DONDE INTERVIENEN EL AYUNO Y OTROS EJERCICIOS; USTEDES INCAPAZ DE RECIBIR Y DEVOLVER VIBRACIONES FINAS CUANDO SU CUERPO –O ALMA, SILO PREFIERE- ESTÁ SOBRECARGADO DE ALIMENTOS RESONANDO EN EL ESTÓMAGO, O MIENTRAS LA SANGRE RETUMBA EN LAS VENAS Y EN LAS ARTERIAS”.
“¿La sangre? ¿Retumbando?”
“Como una cascada. No se puede oír cuando se está siempre escuchando hacia fuera. Uno tiene que escuchar hacia adentro –y eso, de por sí, es un arte. Mientras sus principales vías de comunicación estén llenas del ruido de ese tráfico interior, ¿cómo puede esperar oír algo?”
“Entonces, ¿para qué atiborrarse de comida ahora?” Dije esto con un genuino desaliento, poniendo mi tenedor y cuchillo sobre la mesa. Mi gesto fue de tal franqueza que logró que él estallara de la risa. Se detuvo para contarle a Lev Lvovich y al otro hombre lo que yo acababa de decir. Lev me miró benévolamente como preguntándose si me estaría afectando demasiado el comportamiento de nuestro anfitrión. No obstante, yo estaba seguro de que lo único que me quedaba por hacer era esperar.
“¡Escuche, joven! ¿Cuántas asignaturas estudia usted en el Conservatorio?”
Las enumeré: piano, armonía, contrapunto, orquestación, dirección orquestal, historia de la música, estética, etc.
“Sin embargo, ¿no es verdad que, entre todas, conforman un todo?” prosiguió. “Bueno, es exactamente lo mismo con el arte dela oración. El aficionado piensa que puede hacerlo al igual que un aficionado que hace música, a través de una especie de ‘instinto’, o siguiendo los dictados de su ‘alma’, o algún disparate por el estilo, cuando es precisamente el ‘alma’ la que necesita ser dirigida. El ‘alma’, o sentimiento, como debería ser llamado, penetra la música; pero, no obstante, el conocedor sabe que, para ser perfecta, la música más conmovedora requiere una técnica entrenada”. “El ayuno es un tributario del arte de la oración”, prosiguió, “pero también es un arte en sí mismo y no necesita ser estudiado de forma sistemática, no de manera fortuita o superficial”.
LA RESPIRACIÓN TAMBIÉN ES UN ARTE, decía, igual que el sexo. “Nadie –en quien el sexo sea débil o no desarrollado o desequilibrado o anormal- puede esperar jamás afinarse a la perfección”.
“¿Y que me dice del celibato?”, le pregunté. “En ciertas etapas del entrenamiento, el celibato temporal es tan esencial como el ayuno”, replicó, “pero sería estúpido hacer del ascetismo un fin en sí mismo.El fanático que se convierte en célibe permanente es como el músico que pasa toda su vida haciendo un mismo ejercicio”.
“DIOS NO SE ALCANZA POR MEDIO DE LA ACTIVIDAD, SINO MÁS BIEN A TRAVÉS DEL CESE DE TODA ACTIVIDAD. El cese, hasta el mayor límite posible, de dieta, respiración y sexo. Estos son los tres pilares sobre los que se edifica la oración. Cada uno tiene que ser entrenado y disciplinado por larestricción–no existe otra manera de hacerlo pues todos son caballos desbocados. SÓLO CUANDO EL TERRENO ESTÁ LIMPIO SE PUEDE COMENZAR UNA VERDADERA CONSTRUCCIÓN.SOLAMENTE DESDE ALLÍ SE PUEDE ACTUAR CONCIENTEMENTE. DECIR QUE LA ORACIÓNES‘ MENTAL’ O ‘ESPIRITUAL’ SERÍA ELUDIR EL ASUNTO. LA ORACIÓN ES FISIOLÓGICA.Sus Escrituras mismas lo dan a entender, pero el formalismo le ha tapado los oídos a la mayoría de sus sacerdotes para que no comprendan, y la vista también, para que no perciban”.
Mucho de lo que él dijo estaba muy por encima de mi entendimiento en aquel momento y solo llegue a comprenderlo después. Él debe haber notado la expresión de desaliento que aveces me invadía, ya que repitió más de una vez: “Joven, recuerde lo que le dije acerca deque éste es un viaje de descubrimientos. Hay tanto por aprender a lo largo del camino como al final, y unos cuantos pasos son mejores que ninguno, aunque tropiece”.
Las interpretaciones del Príncipe Ozay me abrieron perspectivas inesperadas e ilimitables. Lo más importante para mi entonces era que el Evangelio bíblico debía estudiarse de una manera absolutamente diferente de la que me había sido inculcada durante la infancia. Tenía un significado que sólo mediante una búsqueda diligente podía descubrirse; para atesorarlo, porque la clave de su aplicación se basaba en las cosas simples prácticas de la vida cotidiana, empezando antes que nada con el entrenamiento del cuerpo físico, hasta convertirlo en templo apropiado para el espíritu.
Visto no solamente como un libro abierto sino como algo para lo cual era necesario encontrar una clave, el Evangelio se convertía así en algo intensamente personal, libre de cualquier tipo de dogma: un mensaje viviente, con la oración del Padre Nuestro como emblema y las parábolas como ejemplo. “Busca y encontrarás”, sonaba como una clarinada penetrante salida de las profundidades, un reto al esfuerzo y la aventura, un llamado para hacer y arriesgar, en primer lugar con uno mismo.
El Príncipe Ozay me animaba a ensayar la composición de mis propias oraciones de un solo aliento como ejercicios, tomando al Padre Nuestro como medida de duración, para ser cantado de la misma manera, en la nota adecuada más profunda, cada vez de un solo y firme aliento. Compuse un cierto número de tales oraciones, de las cuales la que sigue, con la que él estuvo muy complacido, fue la primera:
“Señor de la Vida, cuyo poder omnipotente habita hasta en la más ínfima célula de este cuerpo, manifiesta Tu gloria aquí dentro, hasta la perfección plena. Permite que esas fuerzas radiantes que llenan Tu universo me purifiquen y me eleven, y que a través de la observación gozosa de Tus leyes pueda adquirir la fuerza divina y la salud, y de esta manera consagrarme a Tu servicio por el resto de mis días”.
El canto de las oraciones en esta manera especial, decía Ozay, era practicada en la Iglesia Cristiana primigenia, que la había heredado de los antiguos egipcios, de los caldeos, de los brahmanes y de otras tradiciones del Oriente,donde se le conocen como la ciencia del Mantra. Este aspecto esotérico del Cristianismo se había perdido en la Iglesia occidental desde hace siglos. La estandarización de credos y dogmas tendió a extinguirlo, y el uso de órganos en las Iglesias precipito la declinación del canto mántrico. Una reminiscencia, prueba de que existió en la antigüedad, perdura en la costumbre de entonar oraciones en una sola nota. PERO EL ARTE DE LA RESPIRACIÓN QUE LO CONTROLABA APROPIADAMENTE SE HA PERDIDO POR COMPLETO. No queda más que un desalentado y deprimente zumbido monótono que hace de cada oración un lamento. (…)
Una interpretación perdida del Padre Nuestro.
Relato de algunos encuentros con G. I. Gurdjieff.
Por Sir Paul Dukes.
IUAN
Su bli me, gracias…
IUAN
«Deja todo y sigueme»…